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Fernando Simón, buceando en 'Planeta Calleja'. / CUATRO

Opinión, Política

Ciencia vs Política

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Continuamos inmersos en una crisis sanitaria que, gestionada por los poderes políticos, empieza a ejercer de manera paulatinamente más drástica sus efectos en la esfera de lo económico y lo social

En el área de la ciencia, médicos e investigadores lo dan todo para intentar minimizar el impacto de los contagios en cada individuo y en la comunidad. Buscan estrategias para luchar contra la infección y los contagios aplicando un abordaje científico.

Este abordaje parte de una hipótesis de trabajo para analizar los resultados de sus actuaciones y establecer una explicación objetiva y replicable de, en este caso, cómo afrontar con éxito los casos de pacientes de la Covid-19. Dicho de otra forma, el abordaje científico va a buscar respuestas a la observación de la realidad, a los resultados de sus experimentos, asumiendo sin complejos que su punto de partida es el desconocimiento.

Los mayores enemigos de los investigadores son los sesgos metodológicos, su predisposición a obtener unos resultados concretos, porque pueden llevarles a asumir conclusiones equivocadas que, a fin de cuentas, darán explicaciones y soluciones erradas, soluciones que no funcionan. Hasta aquí, bien.

La antítesis del paradigma científico

Por otra parte, tenemos los poderes políticos. Nuestros políticos son la antítesis del paradigma científico. Su punto de partida es el opuesto. Adoptando en todo momento posturas que actúan desde la certeza de que detentan el conocimiento y la razón absoluta, adaptan la realidad a sus argumentos para reforzar una imagen de solvencia y capacidad que no es otra cosa que lo que les da de comer. En efecto, viven de su imagen, y por lo tanto, por y para su imagen. Por eso la realidad, con sus datos científicos y sus problemas es, para ellos, información accesoria y moldeable. Mientras que el investigador lucha contra los sesgos, el punto de partida del político es el sesgo de su línea ideológica para explicar la realidad y tomar decisiones. Nunca se equivoca. No comete errores, a no ser que sus errores los enaltezcan. Como cuando en una entrevista de trabajo preguntan: “¿Cuáles son tus defectos?” y el candidato responde: “Tengo el defecto de ser demasiado trabajador…”.

No es casualidad que ciencia y política se lleven tan mal en nuestros días, son mundos opuestos. Lo conocido contra lo supuesto. El trabajo frente a la soberbia. En la Grecia antigua, se pasó de explicar la realidad con mitos a explicarla gracias al logos, la ciencia, algo que supuso un gran avance. Y parece como si ahora estuviésemos recorriendo el sentido inverso: la ciencia y los datos son buenos para el ciudadano de a pie en la medida en que corroboran el discurso de sus mitos, encarnados en su partido político de cabecera. El pensamiento crítico se penaliza y se combate desde los medios que, con su circo de fútbol y debates políticos, nos pretende mantener entretenidos, aunque me parece que se están quedando sin cartuchos, especialmente debido al porvenir al que parecemos estar abocados.

Cuando salen de las hipérboles y escenificaciones en el Congreso, los políticos son una manada de pulpos en un garaje

La efectividad de uno y otro abordaje es buena, pero para cosas diferentes. Uno resuelve problemas comunes en la vida real y el otro preserva la imagen de solvencia en la que se sustenta el poder a toda costa, a cualquier coste. Nuestros políticos son por lo general mediocres, esto ya no se le escapa a nadie. Sirven para repartir(se) presupuestos del Estado, porque los números no chillan y, además, el aumento de la deuda pública no le preocupa a nadie. Pero cuando aparecen los problemas serios, como a la vista está, queda de manifiesto su total incompetencia, tal como la de la organización del Estado que ellos han creado. Solo funciona para, insisto, repartir(se) dinero.

Este último mes hasta me parece que quieren hacer una buena gestión, pero es que están tan poco habituados a resolver problemas reales que no saben ni por dónde empezar, ni cómo cogerlo. Cuando salen de sus hipérboles y escenificaciones en el Congreso, son una manada de pulpos en un garaje. No sirven para nada. Ya está, lo he dicho. Y el supuesto portavoz científico, el Dr. Simón, puede haber estudiado medicina, puede saber cocinar y hacer surf, pero cuando se pone al frente de un micrófono es un político más. Científicamente, una manifestación durante una pandemia sin mascarilla es desaconsejable, siempre.

El descontento se va filtrando cada vez más en la sociedad ante una clase dirigente inepta y déspota. Y me hace pensar en la España de Felipe IV. Tal como entonces, el país se resquebraja (¡Hasta Madrid es ahora un país según su presidenta Ayuso!) y, tal como entonces, no porque haya identidades regionales ni necesidades de autodeterminación, sino por el hartazgo del ciudadano, cansado de soportar las decisiones y el tren de vida de ineptos y energúmenos que no solo no resuelven sus problemas, sino que se los complican. Entretanto, tantos médicos, enfermeros, transportistas y demás profesionales de a pie se la juegan diariamente a modo de Capitán Alatriste, a pesar de no poder ya creer ni en su causa ni en su suerte, hartos cada día un poquito más de quienes dirigen el cotarro. Hace falta un Madrid-Barça como el comer…


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