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Una imagen alegórica de cómo luchar contra la partitocracia.

Opinión, Política

El ‘tonto carnés’

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Quienes nos encontramos en el equinoccio de los cuarenta e, independientemente de lo que el destino nos tenga reservado, nos atrevemos a asomarnos a un horizonte en el que se pueda más que ver, intuir el ocaso, tenemos de vez en cuando el saludable hábito de pasearnos durante la noche, cuando todo está tranquilo, por los más variados momentos de nuestra juventud

En mi época de universidad, trabajé en un pub de la noche granadina para pagar mis estudios y demás caprichos propios de la edad. En ese local, lo más selecto del mundo del flamenco y el jazz se mezclaba con lo más selecto del polígono, estudiantes curiosos, guiris a por su foto, vecinos del Albaicín, chicas bonitas de aquí, de allá, funcionarios de Diputación… Una algarabía de gatos pardos bajo la tensión de la melodía de Erik Satie que a veces allí sonaba, mientras un tal Javier Ruibal cantaba su turbadora oda.

El dueño del local era y es, aunque todo haya cambiado mucho, un pintoresco señor de trasfondo noble al que creo que no supe mostrar toda la consideración que le tenía. Y entre los clientes habituales había un íntimo amigo suyo de juventud, Borja, pintor, que durante su dilatada vida se había dedicado a los más variados oficios. Navegó trabajando en pesqueros de su natal costa vasca, huyendo del franquismo y sabe Dios qué más. Levantó su propio restaurante en Portugalete… Su carácter amable y educado, junto a la amplia experiencia de vida que atesoraba, le convertían en una excelente compañía para la conversación en las noches de poco ajetreo. No sé lo que él me consideraba a mí, pero por la forma como hablaba conmigo yo no puedo considerarle más que un amigo.

Una de aquellas noches en que conversaba con Borja mientras se bebía su copa, utilizó la expresión tonto carnés para referirse a algo. Yo, joven de pueblo, conocía otras muchas expresiones, pero no aquella, y así se lo dije. Tras su sorpresa, pasó a explicarme.

El tonto carnés es ese tío coñazo que, fruto de su miseria intelectual, del conocimiento de sus carencias o de cualquier otro complejo personal encauzado al deseo de querer ser más que los demás, lleva en su bolsillo una cartera llena de carnés que necesita para acreditar su validez, la superioridad de sus argumentos, su posición en la sociedad… Y anda al acecho para, en cuanto tiene oportunidad, sacarte tal o cual carné, posicionarse o, simplemente, certificar su competencia, su pertenencia, en el fondo, acreditarse como ser humano y así poder mirar a su interlocutor con la condescendencia y la seguridad del tonto. Sin sus carnés, el pobretico no es nada.

Claro como el agua

Según me contaba, la idea se iba haciendo clara como el agua, un pequeño espacio de mi córtex destinado a albergarla despertaba en ese momento de su letargo y la acogía. El tonto carnés, ya estaba. Era finales de los noventa, no había ni Facebook ni Instagram. Pero tontos carnés… pues como ahora más o menos, pero eso sí, con menos medios.

Aquí me detendré para pedir disculpa a todo aquel que se pueda sentir ofendido, quizás porque tenga un carné de algo: no es esto en absoluto lo que pretendo exponer y, si en efecto se ofende, le pido perdón.

El carné certifica la pertenencia a un grupo, de lo que sea. Un carné de biblioteca nos acredita para poder usar los libros de su colección, un carnet de socio de un club colombófilo ya indica que tenemos cierta afición por el mundo de las palomas… Pero sin duda el rey de los carnés, el que de forma más completa define a la persona, el que orienta pensamiento, ideales y acción, ese es sin duda el carné del partido.

Cómo debe ser de exigente tener el carnet del PSOE o de Podemos y verse obligado a afrontar ante tus allegados explicaciones sobre la gestión de esta crisis sanitaria, la corrupción de los ERES o el chalet de Galapagar

No quiero ni imaginar cómo debe ser la vida en la piel de un afiliado de cualquier partido de nuestro espectro parlamentario. Debe resultar difícil irse a la cama sin saber con qué barbaridad te va a sorprender mañana tu correspondiente líder de filas o sus delfines, barbaridad que luego habrá que defender a capa y espada.

Debe ser algo similar a cuando se discutía de fútbol y, aunque supieses que tu equipo había perdido y jugado mal, había que defenderlo a muerte con todo tipo de argumentos. Cómo debe ser de exigente tener el carnet del PSOE o de Podemos y verse obligado a afrontar ante tus allegados explicaciones sobre la gestión de esta crisis sanitaria, la corrupción de los ERES o el chalet de Galapagar.

Debe ser difícil tener el carnet del PP y tener que defender su caja B o explicar la Gürtel. No llego a entender qué tipo de gimnasia mental hará el militante de Vox ante cada nueva víctima por violencia de género, o cuando en sus manifestaciones aparecen personas haciendo saludos nazis…

Supuestamente partiendo de ideologías muy diferentes, todos esos grupos tienen el mismo objetivo, atesorar votos, y para conseguirlo harán lo que haga falta, incluido traicionar sus ideales, si es que alguna vez los tuvieron. Y así las cosas, ¿cuál es el sentido del carnet, de la afiliación? Si la ideología está supeditada a recaudar votos, entonces no es ideología, es marketing. ¿Para qué unirse a esa agrupación, más allá de por ambicionar el poder?

Una de las vertientes más interesantes de la Psicología Social se dedica al estudio de la influencia social. Explicada a un niño de 5 años, la influencia social estudia cómo un individuo cambia de opinión simplemente para concordar con los individuos que le rodean, abdicando de lo que él piensa.

Es un área que empezó su andadura allá por 1890 de la mano de Gabriel Tarde, alcanzando su apogeo en la década de los 50 con Asch y posteriormente con otros investigadores como Moscovici, Mugny y un largo etcétera. Colocando otro ejemplo grotesco, la investigación sobre influencia social pone de manifiesto que, si una persona se rodea de individuos que afirman que una vaca puede volar, podrá acabar aceptando e incluso promulgando que, efectivamente, las vacas vuelan.

Innoble y poco fiable

Habrá quien pueda pensar que esto solo demuestra cómo el ser humano es innoble y poco fiable. Los más románticos creemos que este fenómeno pueda ser el residuo adaptativo de un hombre de otro tiempo que tenía que sobrevivir en medios hostiles y salvajes, diferentes al actual. Que es algo que la humanidad tenderá a extinguir.

En cualquier caso, lo que parece claro es que la sociedad avanzará mucho más gracias a las aportaciones de individuos que piensen por sí mismos y cuyo pensamiento no se vea coaccionado por la interferencia de cualquier grupo de pertenencia.

Ahora, desde el punto de vista opuesto, ¿a quién beneficia esa coacción grupal? Claro, a las élites de esos grupos, en este caso, grupos políticos. ¿Defendería cualquiera de nuestros políticos de cabecera que las vacas vuelan, para así acceder a un suculento sueldo vitalicio y mantenerlo sin grandes esfuerzos? Esta es una pregunta retórica, no hace falta que la responda.

Además y de propina, estas élites y la fragmentación de la sociedad en partidos acarrean un efecto secundario, y es que instauran una sociedad enfrentada, no por ideales, que ya vimos que no tienen, sino por intereses partidistas arbitrarios asumidos por los estamentos bajos de cada grupo mediante los citados mecanismos de la influencia social.

Si un líder cualquiera dice un día que las vacas vuelan, todos los tontos carné de su parroquia tendrán que buscarse la vida para explicar que efectivamente así es, que vuelan y, en la medida en que salgan airosos del trance, podrán aspirar a una mejor posición dentro de ese grupo.

La clave es que, cuando me refiero a la dinámica de la influencia social, estoy hablando de conclusiones que se conocen fehacientemente desde 1951 y sobre las que posteriormente se ha continuado trabajando. Y todos estos años después, no hay cualquier atisbo de ellas en nuestros medios de comunicación ni en boca de ninguno de nuestros doctos pensadores. Medios de comunicación, doctos pensadores, todos ellos viven bien así, tal como estamos, eso también es verdad…

Blas Infante, autor de la letra del Himno de Andalucía.

Si un destripaterrones como el que suscribe es capaz de ver el sinsentido de la situación actual, cualquiera lo puede ver. Y es tan flagrante que la única forma que las élites encuentran de combatirlo es obviarlo, no abordarlo en ningún momento, hacer la vista gorda. Porque en cuanto la cuestión se coloque sobre la mesa del debate público, la razón cae por su propio peso, y con ella el sistema de partidos y todo el chiringuito que de él depende.

La cuestión en estos momentos no es ya si el pueblo alcanza a comprender que el sistema de partidos está caduco. La cuestión es si tienen razón quienes dicen que el pueblo ha perdido el valor y no es capaz de reclamar lo que le corresponde por derecho, su soberanía, y los mecanismos para vigilarla de primera mano. Si es capaz de asumir sus responsabilidades, su poder y sus compromisos, sin enfrentamiento, de manera colaborativa y con la razón de la mano.

La cuestión es si, de hecho, es verdad que los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos. Si es así, hay que ir pensando en levantarse, no hace falta romper muebles, pero sí pedir nuestra tierra y nuestra libertad. No hay otro pueblo en el que puedan mirarse Europa, Oriente, África y América. Esto va más allá de una pequeña reforma política. La humanidad nos observa, y no somos gente de defraudar.


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5 comentarios

  1. Belén

    Ese garito de Granada no sería el Eshavira?
    Buen artículo

  2. Angeles Suarez Pozo

    Los artículos son demasiado largos y con muchos datos , me canso de leee

    • Sí, también lo he pensado, pero ni se imagina la cantidad de cosas que voy eliminando para que quede «solo» así de largo.
      Gracias de todas formas por el feedback.

      • Manuel G.

        Me has leído el pensamiento …
        Respecto a lo caduco del sistema de partidos.
        Orgulloso de haber llegado a esa conclusión por mi solo, antes de conocerte, conoceros.

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