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hombre ardiendo

Una ilustración de Richard Corben que representa a un hombre ardiendo.

Opinión

Una quemadura interna

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Noto que el verano ya me acaricia como si de una segunda piel se tratase. Una quemadura interna que sólo se calma cuando no soy consciente de ella y la pongo por escrito

Uno intenta disimular inventándose palacios de hielo donde cobijarse. Mi mente calenturienta siempre funciona peor que la gélida. Cuando me enfrío, mi mirada griposa arranca mi motor interno con la naturalidad con la que un muñeco de nieve se come sus mentiras al decir que no fue él el que le robó la nariz a Pinocho. Una zanahoria que se le pone delante al burro para que no olvide que lo es.

Un servidor está buscando refugio para estos meses y no encuentra ninguno donde templar el ánimo y la conciencia. Además, este año tiene pinta de que el verano no se irá de mí en los últimos días de septiembre, sino que amenaza con quedarse, por lo menos, lo que queda de año. Sudores fríos me recorren por la espalda ante el tiempo que está por venir. Se me ha juntado todo para que lo que parezca quemado sea mi porvenir. Cenizas que se me meten en los ojos para clarificar el chapapote que se atisba en el horizonte. El optimismo es imposible a cuarenta grados.

La mayoría de las fiestas de los pueblos se hacen durante esta estación infernal y este año, por fin, toman todo su sentido. El 23 de julio se va a celebrar lo que llaman -los que se benefician de ella- la fiesta de la democracia. La mayor paletada se consumará ese día y estará al nivel de tirar una cabra desde un campanario, una animalada humana, o de bailar al ritmo de la típica orquesta cutre que hace su agosto, y nunca mejor dicho, a costa del mal gusto propio y ajeno. Pues a todas esas desgracias, este año se unen unas elecciones puestas en pleno verano. Todo tiene la capacidad de poder empeorarse y este es el mejor de los ejemplos. Como dice la verdadera Ley de Murphy, si algo puede salir mal, pasará en verano, proceso electoral mediante.

Vivir en Madrid no colabora a sentirse mejor en estas fechas. Por aquí tenemos a Ayuso y a Almeida y eso no ayuda precisamente a refrescar el ambiente. Ellos son los diablos encargados de que el caldero no baje ni un mísero grado en su ebullición malvada. Ahora que por fin parece que nos vamos a quitar a uno de los peores gobiernos que ha tenido España en su historia democrática, no parece que las cosas vayan a ir mejor con políticos como esos dos, que por cierto avala y mucho su líder nacional, Feijóo, que es Rajoy con menos gracia. Deportista de poco contacto con la tierra, materia y planeta. Aunque en eso podría empatar con el resto de políticos. Antes que salir a caminar rápido en sus días libres de verano, prefiere salir a hacer deportes náuticos con algún amigo que les aleje de la orilla, pero no de las boyas. Es lo que tiene el tipo de negocios de este tipo de amigos del futuro presidente, que otra cosa no, pero boyantes sí que lo son. Muchos de los votantes de esta partidocracia no dejan de ser usuarios de una sustancia que engancha como la peor de las drogas. Ambos buscan salir de la realidad confiando en algo todavía más falso. Hasta que la libertad no sea colectiva no habrá nada que hacer.

Mi amigo Peláez, desde las páginas de El Norte de Castilla o de ABC, pugna con un servidor por ser el que más detesta esta estación, que de paso tiene poco, pues todavía no llegó y no se irá por mucho que se lo pidas. Contra el verano está cualquiera que tenga un poco de decoro y buen gusto. Que nos gusta llevar el alma por fuera y la piel por dentro.

Nuestro esqueleto está hecho de presuntas contradicciones que no lo son en absoluto. Solo el pensamiento tiene que estar estructurado por unos cimientos sobre los que poder volar a nuestro antojo. Peláez, desde la mesetaria Valladolid, sólida y castellana, de una horizontalidad desde la que acostarse mientras el frío se sigue construyendo feliz al paso del Pisuerga. Y un servidor, desde mi Zaragoza natal, donde el viento se lleva cualquier película antigua donde un bigote agosteño lance un fuego que ya es un clásico. Uno de cenizas en blanco y negro, donde los grises ni atemperan sus restallantes y vivos colores ni amainan unas temperaturas pessoanas, desasosegantes.

Uno es un fiel defensor de la huida hacia delante en casi todas las ocasiones. La excepción suele ser en verano, cuando uno sabe que el enemigo le vencerá esté donde esté. Dará igual el lugar donde me esconda, que su calor demencial me encontrará haciendo la ley del mínimo esfuerzo. La misma que practico yo durante esta estación, pues no merece otra cosa. Y aunque así fuera no darían ganas de hacer nada. El verano sólo merece el mismo desdén con el que aparece para quedarse. Su calor es maleducado y pegajoso, como el de los jefes, como el de los malos amigos, como el del amor egoísta.

Recordar el sinsentido de la huida

Dicho esto, puede que este verano sí que esté bien que por lo menos cambie Madrid durante unos pocos días por otros lugares. Recordar el sinsentido de la huida. Hacerlo para que la rutina de mis ojos enloquezca. Las últimas veces un servidor siempre iba al norte, más concretamente a Asturias, donde sí que podía mirar al sol a la cara. Me gustaba ver cómo al final era él el que acababa desviando la mirada. Pero este año, si salgo, me gustaría ir a Andalucía. Visitar a los amigos de esa tierra que han sabido dar con la temperatura exacta de mis palabras escritas y darles la confianza para nadar en aguas que no fueran turbulentas. Tras la tempestad llegó la calma que trajeron Miguel Pardeza y Joaquín Cabanillas. Antes estaba solo mientras escribía, aunque pudiera parecer una redundancia. No había moros en la costa, tampoco cristianos. Uno temía ahogarse al llegar a la orilla. La noche oscura no hacía ver a los tiburones, pero gracias a vosotros encontré la Costa de la Luz.

Y es que ya lo decía la joven poeta andaluza Gata Cattana, que murió hace pocos años siendo demasiado joven y que, después, estos versos los utilizó el rapero Tote King en la canción De verdad. Esos versos dicen: «Y aunque yo me esconda, el sol sale en el Sur si estás tú«. Yo sólo tengo que cambiar el tú por el vosotros. Mi quemadura interna os lo agradecerá siempre.


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