Coinciden los buenos escritores y algunos manuales de creación literaria y/o guiones en que un buen libro debe engancharnos al comienzo para que sigamos leyendo, mantener el interés a lo largo del libro y terminar con un final que no nos deje indiferentes: que nos conmueva, nos sorprenda, nos deje con la sensación de haber aprovechado el tiempo, ese bien tan precioso y que tanto malgastamos a veces…
Pensaba en estas cosas después de haber leído dos obras de Javier Marías: en Un corazón tan blanco, nos encontramos en una comida familiar en la que una de las hijas, recién casada, se levanta de pronto de la mesa y se mete en el baño llorando: allí se echa a un lado el sostén, se busca el corazón y se pega un tiro.
Enseguida se describe con todo lujo de detalles, y de forma muy realista, las reacciones de cada uno de los miembros de la familia: el padre, a la que la situación lo pilla con un trozo de carne en la boca que acaba por expulsar, impresionado y aturdido, intentando proteger el cuerpo de su hija, a la otra hija, que solo acierta a repetir el nombre de su hermana muerta y acude a limpiar la sangre con una toalla; el marido de la difunta, que habla con otro invitado antes de entrar en la casa; y la pobre criada, ajena a todo en un principio, que no sabe si entrar o salir para no molestar a los señores, que se reprocha a sí misma no haber quitado los platos antes de servir el postre, ese postre: una tarta helada que se va derritiendo, como se va derritiendo y desmoronando la familia, y es testigo mudo y simbólico de la inmensa tragedia.
Eso es un buen comienzo, porque nos anima a hacernos miles de preguntas: la principal: ¿por qué lo hizo? Y no paramos de leer hasta conocer todos los detalles.
¿Y ahora qué?
La otra novela del mismo autor es Mañana, en la batalla, piensa en mí: aquí tenemos otra difunta, pero las circunstancias de la muerte son muy distintas: muere en medio de una cita amorosa con su amante. Y aquí él se queda anonadado y nosotros con él: ¿Qué se puede hacer en este caso? Nos preguntamos: Y ahora qué?
Esa misma pregunta, aparece cuando el protagonista de Un corazón tan blanco se casa, y su padre, tras la boda, le hace reflexionar sobre el matrimonio, sobre lo que vendrá después… ¿Y ahora qué? Después del cuento de hadas, de la ilusión inicial… ¿Qué nos encontramos? Hay quienes viven en una eterna luna de miel, y a quienes la rutina les va carcomiendo el amor, que agoniza lentamente…
Dejar un buen recuerdo en aquellos que nos conocieron
¿Y ahora qué? Se pregunta el que acabó la carrera, con su orla enmarcada, quien se toma una tila antes de comenzar el primer día de trabajo, el soldado que se despide de su familia antes de ir a la guerra, los recién casados que disfrutan su primer día de vacaciones, la viejita que se queda sola porque sus hijos se han independizado, la afortunada limpiadora que acaba de enterarse de que le tocó el cupón… A veces, de nuestras alegrías y tragedias podría sacarse una novela… Todo comienzo ya es, en sí, impactante: nacemos casi por arte de magia, de un óvulo y un espermatozoide, lo que muchos llaman el milagro de la vida, nuestros padres seguramente se preguntarían: Y ahora que? Cuando llegamos… Y nosotros nos haremos la pregunta una y mil veces a lo largo de nuestra vida.
Y al igual que el comienzo es importante, debemos cuidar y proteger el resto de la historia: buscarle un sentido, creer que vale la pena, intentar (al menos por nuestra parte) dejar un buen recuerdo en aquellos que nos conocieron, no pensar demasiado en lo desagradable y vivir lo mejor posible, disfrutando del camino, con el corazón limpio (o blanco).
¿Y ahora qué? -se pregunta el escritor ante el final de la novela, la parte más difícil, la última impresión que nos llevaremos los lectores… porque tiene que seguir manteniendo el interés, no dejar que la novela se desinfle como un globo y debe regalarnos un buen final. Y nosotros no debemos dejar que se desinfle nuestra vida… Porque toda historia es valiosa y merece ser contada.
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