Sudor, esfuerzo, jadeos, mirada penetrante. Concéntrate, concéntrate… El golpeo tiene que ser duro, al mentón de la sinrazón, al hígado de la incomprensión, en la cara de la estupidez humana
Como Rocky, todos queremos demostrar que no somos «otro idiota del montón». Para ello, tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos en el ring de la vida. Cada asalto, cada día, es una prueba y no importa que nos equivoquemos, que parezca que estamos matando moscas golpeando al aire. Lo importante es seguir en pie cuando suena la campana.
El adversario puede llevar muchas pieles, por lo que hay que estar en guardia, preparado para realizar un buen combo que tire a la lona la estulticia, el racismo, el egoísmo, la ignorancia, la incultura, la usura, la indiferencia, la prepotencia, la soberbia…
También hay que saber fintar, que el contrario nunca sepa por dónde le vienen los puñetazos. Hay que moverse mucho para conseguir el objetivo, ser dinámico. Si te quedas siempre en el mismo sitio, la vida te lleva al rincón y ahí estás perdido, porque llueven andanadas de hostias.
Hay varios tipos de enemigos: el sobrao que te mira por encima del hombro, bravucón y bocazas, el Apollo Creed de la oficina; el violento al que se le ve venir a dos kilómetros de distancia y al que hay que vencer con maña e inteligencia, el Clubber Lang del barrio; tu némesis, ese que sabes que es mucho mejor que tú, pero al que puedes hablarle de tú a tú a base de tesón, perseverancia, trabajo y corazón (Iván Drago); ese amigo al que acoges como a un hermano y que te pega una puñalada trapera cuando menos te lo esperas (Tommy ‘Ametralladora’ Gunn); y el rival noble que te da la oportunidad de un último baile porque quieres demostrar que todavía te queda algo en el sótano, en las entrañas de tu talento (Mason Dixon).
Si llega el dolor, hay que aguantar, porque la vida duele. Si no existiera el dolor, no se apreciaría la felicidad de la victoria. Cuesta mucho llegar y más mantenerse. Contra todo riesgo, se debe tirar de valentía para demostrar la valía, superarse cada día, poner sobre el tapete la inteligencia emocional y la capacidad estratégica.
Llega el último asalto y estoy satisfecho. Miro atrás y veo que he protagonizado una gran pelea. He dado guerra hasta el último instante. Pero siento un último gancho de izquierda y, aunque trato de agarrarme a las cuerdas, caigo en la lona con mi rostro como un mapa. Me vienen todos los recuerdos de una existencia plena de triunfos, desgracias, derrotas luchadas y travesías por el desierto sin agua. Rememoro cuántas veces he estado en el alero, en el alambre, subido a un trapecio sin red. Llego a la conclusión de que cada gota de sangre derramada era necesaria para evolucionar. Dejar atrás lo accesorio y tallar lo fundamental, la silueta de mis personas más queridas, en lo más hondo de mi alma.
Creo escuchar la cuenta hacia adelante del árbitro, con esa pajarita infame. Veo borroso, solo luces y voces, dos cosas que nunca faltaron en mi vida. La luz de mi familia y la voz de los amigos. Trato de levantarme por enésima vez de otro traspiés, pero en esta ocasión no sé si podré. Son muchas batallas contra gigantes y yo solo soy un hombre.
Pero la música de Rocky me ayuda. Suena en mi cabeza el Going the distance y saco las fuerzas de flaqueza para ponerme de pie antes del final de la cuenta fatídica. De eso trata la vida: recibir golpes, encajarlos y seguir adelante con la energía suficiente como para buscar la belleza en este jodido mundo.
Qué gran verdad.
Me ha encantado como lo explicas con la comparativa del boxeo.
Como dice la frase: Lo importante no es cuántas veces te tiran a la lona sino las veces que te levantas
Un saludo.