Una nueva variante del coronavirus bautizada como ómicron ha venido a perturbar los planes de fin de año especialmente en los países occidentales, aunque la preocupación por una escalada de contagios ya existía en aquellos países de Europa con baja tasa de vacunación en los que el colapso de los servicios sanitarios comenzaba a ser una realidad
Ante el anuncio de esta nueva variante, los gobiernos de muchos países han vuelto a anunciar restricciones de movilidad. Pero, ¿es verdaderamente tan preocupante como parece? ¿Puede ser más contagiosa y más peligrosa que las anteriores?
Los datos de los que disponemos nos dicen que posiblemente no. En Sudáfrica, país en el que se descubre la nueva variante gracias a que disponen de un buen sistema de rastreo, no ha habido un repunte de casos ni de fallecimientos que puedan dar a entender una mayor gravedad. De hecho, incluso los casos notificados no muestran una agresividad diferente a la de otras variantes como la delta, predominante en Europa.
¿Qué sabemos sobre esta nueva variante?
Lo único que sabemos es que ya se encuentra en diferentes países del planeta y que su característica más relevante es que contiene 32 mutaciones en la proteína S respecto a la del virus original que se secuenció en Wuhan. Algunas de estas mutaciones ya estaban en las variantes de preocupación anteriores. Esas mutaciones conferían al virus una mayor afinidad por el receptor, cosa que ya sabíamos que iba a ocurrir.
Sin embargo, eso no quiere decir que estas mutaciones resten eficacia a las vacunas. Ni tampoco que el sistema inmunitario no sea capaz de reconocer a la proteína S de esta nueva variante.
La proteína S es una glucoproteína y eso importa
Las vacunas más eficientes contra el SARS-CoV-2 son las vacunas basadas en el ARN mensajero (ARNm). Estas vacunas provocan que las células que reciben la vacuna fabriquen un trozo de la proteína S de la misma manera en la que lo harían si el virus las hubiese contagiado.
La proteína S es una glucoproteína, es decir, algunos de sus aminoácidos tienen azúcares unidos. Es como si estuviese glaseada, recubierta de diferentes tipos de azúcares que forman largas cadenas. Estos azúcares se unen a la proteína mediante dos mecanismos: por la unión de un complejo de 14 azucares a algunos aminoácidos asparragina o mediante la unión de azúcares a los aminoácidos serina, treonina o tirosina.
Pues bien, los azúcares son importantes para la interacción con los anticuerpos, ya que pueden ser reconocidos por éstos o enmascarar antígenos que solo serían reconocibles al retirar los azúcares. Curiosamente, ya en el virus del SIDA se demostró que los azúcares unidos a la glucoproteína de la membrana se unían a anticuerpos con una potente capacidad para neutralizar al virus en algunos de los pacientes.
De las 32 mutaciones que contiene ómicron en la proteína S, ocho de ellas afectan a un posible sitio de glicosilación. Dos de ellas crean posibles nuevos sitios, mientras que seis de las anteriores asparraginas desaparecen. Todas ocurren por una mutación puntual.
Sin embargo, de los 22 aminoácidos que se podrían glicosilar en la proteína S, ninguno ha cambiado hasta ahora. El patrón de glicosilaciones de la proteína S no ha sufrido modificaciones desde la proteína original. Esto es así ya que la estabilidad de los sitios de glicosilación es esencial para la interacción del virus con las células a las que va a infectar.
De hecho, este patrón está altamente conservado entre los coronavirus, posiblemente porque, si cambiara, afectaría gravemente a la capacidad infectiva del virus.
Por todo esto, es muy posible que muchas de las mutaciones detectadas en ómicron no produzcan diferencias sensibles en la respuesta inmunológica dependiente de anticuerpos generada por las vacunas.
¿Por qué siempre se obvia el papel de los linfocitos T?
Otro aspecto que parece olvidarse es que la respuesta inmunológica no solo depende de anticuerpos. Debemos añadir el papel esencial de los linfocitos T. Los linfocitos T no reconocen a la proteína S en su forma natural, plegada y con los azúcares unidos. Lo que sí identifican son las pequeñas cadenas de aminoácidos de la proteína que han sido troceadas y presentadas en las células unidas a lo que conocemos como complejos de histocompatibilidad.
En el caso del SARS-CoV-2, la proteína S que se produce por las vacunas contiene secuencias de aminoácidos que son reconocidas por los complejos de histocompatibilidad de casi el 100 % de la población y que no han sufrido mutaciones, posiblemente por ser secuencias muy necesarias para la función de la proteína. Por lo tanto, tampoco deberíamos esperar que la respuesta de los linfocitos T se vea gravemente afectada por las mutaciones, tal y como ya se ha demostrado con las variantes anteriores.
La conservación evolutiva de estas secuencias ya ha permitido que muchas personas hayan pasado el contagio de forma asintomática, ya que mostraban respuesta inmunitaria frente al SARS-CoV-2 simplemente por haber tenido contacto anteriormente con coronavirus humanos que presentan secuencias comunes a todos los coronavirus.
Un sistema funcional no puede sufrir cambios drásticos
Evolutivamente hablando, ya no deberíamos esperar grandes cambios de la proteína S. La mayoría de los cambios producidos en un sistema que ya es funcional hace que ese sistema sea menos efectivo. En el caso del coronavirus, las mutaciones que producen importantes cambios estructurales en la proteína S entorpecerían su función. En definitiva, no se esperan grandes cambios que incrementen significativamente la efectividad de un virus que es ya, de por sí, muy eficiente contagiando.
Todo el ruido político, económico y mediático de estos días responde más a una especie de pánico pandémico que a la ciencia. Hay que analizar, comprobar y tener calma para tomar medidas efectivas. Y la más eficiente de las medidas consiste en que el mayor número de personas de todo el mundo esté vacunado para que su sistema inmunológico evite que sufran una covid-19 con síntomas graves.
Este acontecimiento mundial nos sitúa en una posición inestable; la gran pelea humana era minimizar nuestra precariedad. Sin embargo, no teníamos previsto que algo tan insignificante, como un virus, nos haría replantearnos nuestros planes.