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Pierre Lemaitre

Pierre Lemaitre, autor de 'Los colores del incendio'.

Cultura

‘Los colores del incendio’, una novela impactante y conmovedora

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‘Nos vemos allá arriba’ provocó tal impacto sorpresivo en toda Francia (Premio Goncourt 2013 y más de dos millones de ejemplares vendidos) hasta superar con creces la enorme resonancia que suele suscitar uno de los galardones más codiciados de la literatura europea

Luego no debe sorprender esta segunda parte de la historia, Los colores del incendio (Editorial Salamandra), que conmueve hasta lo más hondo de una lectura reposada. Transparencia social descarnada en los altos escenarios de las altas torres, de sus impresionantes poderes clasistas y económicos de una gloria efímera que protagoniza la tragicomedia del poder establecido entre vivos y muertos. Algo que me recuerda a Almas muertas, de Nikolái Gógol, y ese personaje llamado Chichikov, dedicado a visitar ciudades pequeñas logrando relaciones con terratenientes y conseguir llegar acuerdos y poder comprar almas muertas, es decir, la propiedad de siervos fallecidos en aquellas inmensas grandes propiedades de las áreas rurales, y poder presentarlos, haciéndolos constar como siervos de su propiedad vivos y activos al no existir partidas de defunción, con el fin de lograr conseguir créditos del Estado para ayudarlos con fingida justicia.

Esta segunda parte de la historia de Pierre Lemaitre, como bien señala el título Los colores del incendio -traducción de José Antonio Soriano Marco- transcurre entre 1927 y 1933, en la que los trastornos y cambios que se producen se deben ante la súbita muerte del patriarca Marcel Péricourt, sentido personaje reconocido y respetado en las altas esferas del poder mandatario y político. Clave importantísima de la ostentación del acto ceremonial. Escenario de peripecias públicas distinguidas que protagoniza la familia con el funeral del patriarca Marcel. Una ceremonia en la que todos los que desean figurar como clase anhelan estar presentes, máxime cuando hasta el presidente de la nación, amigo del difunto, será quien presida la ceremonia.

La portada del libro.

El deseo no siempre fervoroso de la manada de importantes personajes y otros que sueñan con alcanzar dicha posición. Sin embargo, las cosas no pintan demasiado bien para Madeleine y su hijo de siete años, heredera del ingente patrimonio familiar. Y el testimonio imborrable del suicido de su hermano Édouard, el héroe desfigurado protagonista de la primera parte de la historia y el encarcelamiento de su ex marido Un ambicioso estafador condenado a prisión. Y todo es iniciar el desfile de la ceremonia con los restos del patriarca, cuando el inocente hijo de Madeleine, que contempla el acto desde una ventana del segundo piso de la mansión, súbitamente cae en el vacío para para quedar encima ataúd del cadáver de su abuelo. Sorpresa, escándalo, nadie sabe cómo ha podido suceder. Angustia, hospital, médicos… Toda una lucha de entrega total por salvar al niño de la muerte que se logrará, pero quedará parapléjico para el resto de su vida.

En manos de los cazadores de almas vivas

Su madre, totalmente abatida, refugiada en el delirio de su hijo se ve obligada a asumir el papel de heredera de una gran fortuna, cayendo en manos de los cazadores de almas vivas con las que organizar grandes proyectos falsos para beneficio de ellos. Situación que ocasionará  la pérdida de aquella, el declive total de su alto nivel social, menos un resto que le permite alquilar un modesto piso de clase media de un París envolvente en manos de los grandes compradores de almas vivas para sus propios beneficios.

Pero Paul, a medida que pasa el tiempo, se va restableciendo. Muestra sensibilidad e inteligencia por la cultura, apasionado por la música, especialmente la ópera, un niño prodigio que, con una insistencia y pulso incansable a pesar de la parálisis y su vida entre la silla de ruedas y la cama, logra unos triunfos sorprendentes. Mas el extraño suceso de su caída por la ventana del segundo piso de su mansión sigue siendo una incógnita y especulación por lograr conocer las causas. La madre asume esa apuesta con toda la consecuencia y el coraje que le obliga a iniciar una aclaración a la vez que la venganza de haber sido miserablemente engañada sin escrúpulo alguno por los timadores. «Después de eso, ¿es de extrañar que el país exija instituciones más firmes, dirigentes más honrados y leyes más claras y más justas? ¿Y que se reclame a alguien capaz de poner un poco de orden?». A fin de extirpar ese chantaje -tan actual en nuestra sociedad como sufrimos- las almas vivas que nos llevan a recordar aquellas otras muertas de la gran novela de Nikolái Gógol.


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