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La actriz Nico Bidasolo en un fotograma de 'La pistola de mi hermano'.

Cultura, Opinión

Estampitas (I): Nico Bidasolo

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Casi nadie sabe quién es Nico Bidasolo y eso es lo que la hace interesante. Yo coincidí con ella en la clase en la que ambos estudiábamos COU. Yo no sabía quién era ella y ella, evidentemente, no sabía quién era yo. Un servidor ya había empezado a escribir mis cosas con la finalidad de hacer algo que fuera más interesante que la nada, y había veces que lo conseguía y otras donde la nada no se dejaba escribir por mí

Tendría que avisar que Nico Bidasolo es un nombre artístico y que el real de aquella chica, hoy una mujer entrando en la cuarentena, está escondido en el mismo sitio que su carrera como actriz. Y es que, señores y señoras, niños y niñas, animales y animalas, Nico Bidasolo se dedicó a la interpretación por un periodo breve de tiempo, pero de eso ya hablaremos más adelante.

Aquella chica que iba a mi clase destilaba un aire triste y misterioso, el favorito de todo chico con la misma condición, pero siempre menos interesante en nosotros. Se sentaba en las primeras filas y yo en las últimas, como si ella hubiera querido pasar por una estudiante aplicada y yo por un chaval indisciplinado que prefería relacionarse con los de mi misma condición. Aquella fue la primera vez que me podía haber dado cuenta de que ella era una actriz y yo un aprendiz de rebelde. Una rebeldía que era una pose que sólo veía yo.

Nico Bidasolo era una chica intrigante, de las que se maquillan los ojos en la oscuridad para ser lo suficientemente negros. Me gustaba su boca grande, que le otorgaba una sonrisa auténtica y nada impostada, como les ocurre a todas las chicas tristes. Había días que parecía la típica chica indie. Estábamos en los finales de los 90 y este género o subgénero, o la mierda que sea que significa esa palabra, acaparaba la escena musical. Los Planetas o Sonic Youth, les sacaban la rabia a sus guitarras de una manera suave, melódica, que buscaba el desmayo definitivo, oscuro y feliz en quienes les escuchaban.

Fue un compañero de clase el que me avisó de que aquella chica era actriz, que había hecho una película, se titulaba La pistola de mi hermano y el director era Ray Loriga, hasta ese momento otro autor al que consideraban indie por su juventud, su imagen y las temáticas de su escritura. La película va de un joven desorientado y nihilista, valga la redundancia, que un día entra en un supermercado y dispara al vigilante de seguridad. En la huida, coge un coche y, en la parte de atrás, hay una chica, que es Nico Bidasolo, que le acompañará en la road movie en que se convierte la película.

La banda sonora original es de Christina Rosenvinge, en ese momento la pareja de Ray Loriga y, para los restos, la madre de sus hijos. Canciones tristes, pero acogedoras, porque uno sabe que la felicidad dura poco, pero que durante ese breve instante lo es todo. El jefe de la policía que los va a perseguir es Karra Elejalde que, como siempre, actúa de manera magistral. También sale Viggo Mortensen, pero para mí siempre será Aragorn y no se me caen los anillos al dejarlo por escrito.

Pero yo hoy aquí he venido a escribir sobre Nico Bidasolo. La película fue tratada casi desde un principio como película de culto, una rareza única, como todas. Lo lógico era pensar que todas las personas que trabajaron en la película aprovecharían ese tirón para seguir con sus carreras, pero no fue el caso ni del joven protagonista ni de nuestra querida Nico. Ambos desaparecieron para no saberse nunca nada más de ellos. Pero a mí la que me importa es ella. Con él no compartí ni clase ni mucho menos sueños. Coincidimos algunas veces en los pasillos o en la calle y, en esas veces, se palpaba una complicidad inentendible. Nos sonreíamos más que hablarnos, aunque la tristeza se hiciera evidente entre nuestros dientes.

Ni rastro

Cada poco tiempo, desde ese 1997 en el que ella hizo la película (nosotros nos conocimos a finales del año siguiente), buscaba información por si hubiera hecho otro trabajo como actriz, ya fuera en cine, televisión o teatro, pero no encontraba NADA. Nada, esa palabra tan de los dos, como nuestros silencios llenos de todo. Más tarde, con la llegada de las redes sociales, la busqué en todas, pero el resultado fue el mismo. Nico Bidasolo había dejado de existir en todos los lugares. A veces pensaba que era una chica que me había inventado en la soledad de mi adolescencia por escrito, pero, cuando buscaba en el periódico la programación de la televisión y ponían la película, la realidad de su imagen hecha a su semejanza, volvía a valer más que mil de cualquiera de mis palabras.

Pareciera como que hubiera querido evaporarse, desaparecer por completo y es algo evidentemente a respetar. Pero hay días como hoy en que veo posible dejar de escribir todo esto en este bar. Te veo entrar en él y me miras como acordándote de mí, pero tu sonrisa es para el camarero. Lo entiendo perfectamente. Ese exceso de información ya no sería bueno para nuestro vínculo inexistente.


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