Ayuso peina la melena, pliega las puntas con los dedos, sonríe cuando la llaman Santa por los bares, pero Madrid es la única comunidad española sin dar un céntimo a la hostelería. Eso lo sabe Gabi, Gabilondo, y su medida estrella no es otra que movilizar 80 millones de euros. ¿Somos un país de camareros? Por supuesto. Quien mejor ha explicado esto de la cultura es Jesús Egido, editor de Reino de Cordelia y Rey Lear: aquí no lee nadie, el 60% nada de nada, ni el periódico, y del 40% solo un tercio compra o lee seis libros al año. Para decirlo de otro modo: un país de 40/50 millones de españoles donde solo hay 100.000 lectores de fondo. El resto: fantasías, películas, puro cine
Bruselas lo tuvo claro desde el principio, los hombres de azul, gris marengo y maletines. El Sur, en Europa, sería un bar o un botellón para las vacaciones, nada serio. Sin el Turismo, en mayúsculas, el PIB desaparece. El cabrón de Franco tenía claro que el obrero necesitaba vacaciones, un coche y una casa, todo ello se lo dio, pero volver a reindustrializar España es muy difícil. Nuevas tecnologías, sí, energías eólicas y de todos los aires, pero el asunto no despega. Un país sin industria está condenado, por lo menudo o visto desde arriba, a ser un bar. Gabilondo busca el voto de la hostelería, donde Ayuso pasó la mano y las caricias de las palabras siempre bonitas, pero con la cartera en el bolso. Un poco cruel, digo, no sé, eso de que palme a quien le toque, pero la actividad económica no se cierre. Muy burro y bestia.
No queremos enfrentarnos a la mayor: la desigualdad entre el Sur y el Norte europeo es lo que quiebra el club. El Norte no quiere pagar los pufos del Sur, y además lo desprecia, sabe que no puede traer riqueza a los ricos, sí entusiasmo, sí muchas ideas, pero no euros ni oro puro. España es un camarero al sol que no cobra, porque muchos bares siguen cerrados, y no queda otra que empezar a pagarle, porque el voto en democracia trae o quita el chollo por arriba. Una medida completamente impopular, que nadie dice pero aquí vamos a ser valientes, es la obviedad: sobran barras.
Esto es una guerra y, como tal, seguirán los que aguanten. Cualquier amigo londinense, sueco, francés… se lleva las manos a la cabeza. Esto es una fiesta permanente, otra manera de vivir, y además barata, tirada de precio, por lo que es el mejor destino para emborracharse. Quien no esté de acuerdo, por favor, si puede, que me conteste a una sola pregunta: ¿Cuánto cuesta un cubalibre en París? Por ahí ya todos nos vamos entendiendo. Esto es un cachondeo.
La España del bar no puede ser lo único exportable
España, para ser líricos y optimistas, precisa industrias, otras y no las de Franco, no contaminantes lo primero, capaces de traer aquí algo más que la atención etílica, generalmente borrosa, sin demasiado fruto a recoger de sus ímpetus y violencias. Está bien la España del bar, vale, pero no puede ser lo único valioso a exportar. Todo –lo vemos esta Semana Santa con el ojo virolo- lo copa y protagoniza el turismo de borrachera. Franceses, sí, que en un plís están en Madrid, para en otro plás no saber ni dónde andan. Cierran los ojos para verse, muerden la lengua de lado, caminan ciegos y abrazados, caen con todos los billetes en el suelo pobre, frente a la farola que no para de moverse, donde los perros levantan la pata para mearles y ellos piensan que está lloviendo y no hay paraguas. Un país-botellón será más pobre, mucho más.
La cursilandia, la cursidisney, anda ahora con mil y un libros sobre Meritocracia (ponga usted la palabra en Google y le van saliendo las lonchas impresas). El mérito intelectual aquí jamás se premió, lo decía Egido, se hacían ricos los más burros, Gil y Gil o el Pocero. Este fue un país alegre gracias a la construcción, el vino tinto, el mesón-taberna y la alegría del andamio. La España sobreconstruida, con todos sus jóvenes fuera, es hoy un erial o la mejor casa okupa. Eso ya no va a volver, ni tampoco tiene mucho sentido que vuelva, porque fue una burbuja más, demasiado idéntica a las de las copas. Hasta no hace mucho un obrero de la construcción, bien instalado, cobraba lo mismo que tres becarios juntos. No volverán aquellas fiestas, y la vivienda ya baja, porque es mucho antes el plato que el ladrillo, y a veces no da para ambos. Ana Patricia Botín lo dijo muy british: “La banca comercial ha muerto”. El crédito ha muerto, y los que iban a 40 años, ni te digo, amigo: globo pinchao.
El debate son los bares, así es mi España, ese camarero eterno que todos queremos que se haga rico, monte lo suyo, contrate a más personal y levante el país, parece ser hoy el vértice mayúsculo del triángulo entero del populismo (a derecha, izquierda, centro y mediolao). Los bares da igual que abran o cierren, lo que necesitan son clientes con dinero, porque sin ganancia no vale el cuento. En el confinamiento, sin bares, subió la lectura, el ocio cultural y ello puede empezar a construir otro país. Todos los países de alto nivel cultural tienen economías lujosas. Los suecos, por ejemplo. Los ingleses o franceses, por ejemplo. Los alemanes, motor de toda Europa, donde una edición media tira 400.000 ejemplares. ¿Lo vamos pillando? Menos costumbrismo, menos freiduría, menos caspa y gambas caducadas.
Que escribas así sobre el segundo país con más turismo del mundo… Me parece a mí que te has quedado en lo superficial. Suma a los bares, la gran oferta de calidad hotelera, la gran oferta gastronómica (una cosa es un barecillo y otra cosa es lo que hay en su gran mayoría), seguimos sumando con el ocio (museos, ocio nocturno, prácticas deportivas, guías turísticos, grandes eventos deportivos), además de la gran cantidad de empresas de alquiler de vehículos de todo tipo… Debido al turismo se mueven muchos empleos/dinero y el turismo es otro tipo de industria, igual que cualquier otra. No menosprecies a casi 80 millones de visitantes que hubo en 2019.
Lo único que sobra aquí son politicuchos y lo que falta es libertad colectiva, principio de representación, separación de poderes y un sistema judicial independiente. En definitiva, nos falta una democracia.