Envidia cochina

No me considero una persona envidiosa y puedo decirlo con la boca grande. Pienso que cada uno tiene lo que tiene, o es lo que es, gracias a un cúmulo de cosas: circunstancias personales y económicas, azar, esfuerzo, motivaciones, genética… Pero es de gran importancia el azar, que puede, en décimas de segundo, cambiar vidas para siempre

Un día, en YouTube, por casualidad (así encontramos cosas que no queremos encontrar), vi el vídeo de la novia que se dirige en helicóptero a su propia boda. La idea era sorprender a su novio. A su lado, su hermano: los dos guapísimos, jóvenes y sonrientes. Delante, el piloto acompañado por la fotógrafa, que estaba embarazada.

El día amanece soleado, pero de pronto, cambia el paisaje por completo y una espesa niebla lo cubre todo. El piloto se desorienta. Las caras, que antes eran de ilusión y felicidad, despiertan compasión y angustia. Los hermanos se cogen la mano, quieren estar unidos en el momento mas difícil. La pobre fotógrafa cierra los ojos, quizás pensando en su bebé. El helicóptero se estrella, todos pierden la vida. En pantalla solo se escuchan las hélices, el golpe… y se ve una imagen borrosa, la hierba del suelo.

Todos podemos caer al abismo en cuestión de segundos: es nuestra condición humana. Puedes ser el más rico y famoso, pero si llega una enfermedad incurable, nada podrá hacer todo el oro del mundo. Por eso no soy envidiosa, porque pienso que nadie es más que nadie, que, al ser humanos, todos somos débiles y estamos expuestos a mil cosas. Todos tenemos necesidades fisiológicas y traumas existenciales. Sólo podría envidiar a alguien indestructible o con superpoderes… y eso no existe.

Todas estas cosas me han pasado por la cabeza tras volver a ver la película Amadeus, en la que un muy envidioso Salieri se pregunta por qué Dios ha dotado a Mozart de la capacidad de componer obras musicales perfectas, mientras que él, que ofrece su vida a Dios a cambio de que éste le haga un buen músico, es un mediocre. Se pregunta cómo un ser lascivo, petulante, vulgar y medio estúpido logra crear tanta belleza con su música.

Atención, a continuación hay un ‘spoiler’ del final de la película ‘Amadeus’

Para colmo, Mozart le quita todo el protagonismo y mancilla a la mujer que él amaba, y a la que Salieri no había tocado un pelo, porque ofreció a Dios su castidad. Salieri podría haber seguido en la corte, donde era un buen músico y maestro, y no complicarse tanto la vida. Pero su envidia le lleva a obsesionarse con Mozart hasta el punto de querer destruirle. También la envidia le lleva a la locura y acaba sus días recluido en un psiquiátrico.

Es genial la parte final en la que Salieri, vestido de rojo, como un cardenal, pasea por el sanatorio impartiendo su bendición a todos los locos, que se encuentran encerrados en jaulas, sujetos por correas, tirados por el suelo o hablando solos… Esa bendición, esa indulgencia, va dirigida a todos nosotros: «Mediocres del mundo, yo os absuelvo».
Gracias, Salieri…