La lactosa es un disacárido formado por la unión de una molécula de glucosa y otra de galactosa. Se conoce también como azúcar de la leche, ya que aparece en la leche de las hembras de la mayoría de los mamíferos en una proporción variable entre el 4% y el 6%
Cuando el organismo no es capaz de asimilar correctamente la lactosa, en función de la cantidad consumida, pueden aparecer diversos síntomas de intolerancia a la lactosa, tales como dolor abdominal, distensión, borborigmos, diarrea e incluso estreñimiento y vómitos. No obstante, el consumo de productos lácteos por parte de personas con intolerancia a la lactosa no produce daños en el tracto gastrointestinal, sino que se limita a estos síntomas transitorios.
Hay personas que son intolerantes y necesitan beber leche sin lactosa.
Haciendo un símil con la política, la ciudadanía no quiere que los mensajes de nuestros mandamases les provoquen dolor de barriga, por lo que ellos, muy listos o más bien listillos, extraen la molécula de la cruda verdad y la dulcifican con la avena de la demagogia.
Promesas vacías para oídos acríticos
«Vamos a construir viviendas de VPO«, pero no dicen cuándo ni cómo ni cuántas.
«Vamos a implementar medidas para luchar contra las familias en riesgo de exclusión» en lugar de reconocer: «Siempre nos olvidamos de los que menos tienen. Hay demasiada gente en el umbral de la pobreza».
«Trabajamos para la gente y nos debemos a la gente», cuando en el fondo toman las decisiones sólo pensando en mantenerse en el poder o en que el adversario esté lo más lejos posible del trono. Y, para ello, llenan el vaso de la esperanza con palabras vacuas. Hay muchas personas que no quieren tragarse esa lactosa de la política, irritante y molesta, porque prefieren el mensaje zero zero, la pastillita relajante del todo se arreglará sin más concreciones.
Tenemos que reclamar (y saber digerir) la lactosa flatulenta de la verdad para pararle los pies a tanto charlatán frusano que trata de vendernos la versión edulcorada de la realidad.
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