Escuché recientemente en los medios de comunicación a la señora ministra de Igualdad, Dª Irene Montero, defender de forma vehemente que el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo está por delante del derecho a la objeción de conciencia por parte de los sanitarios
Sobre este Ministerio de Igualdad, muchos españoles hacen la broma de llamarlo «de igual da». Se sonríen, piensan que son muy graciosos, ingeniosos y ocurrentes y ahí termina todo. La verdad es que no da igual lo que haga, ya que de hecho, está siendo eficiente en imponer sus dogmas y su filosofía, además legislando, con lo que nos obliga a aceptar sus principios con la ley en la mano, poniéndonos en el trance de ser sancionados si no los aceptamos. Por lo tanto, no es una broma.
Volviendo al tema de decidir sobre nuestro cuerpo, es una frase que se repite con mucha frecuencia como argumento y está lejos de ser argumento de nada. En principio, aunque suena a ser algo evidente, no lo es. Incluso con nuestro cuerpo, tenemos ciertas obligaciones para con nosotros mismos y con nuestro entorno familiar y social. Supongamos que decidimos maltratar nuestros cuerpos con alcohol, drogas o ambos. Lo podemos hacer, pero no sólo dañamos nuestros organismos. Ese daño repercute en nuestros seres queridos, posiblemente en el trabajo, en nuestro rendimiento con la sociedad y, además, al minar la salud habría que recurrir a la sanidad, que subvencionamos entre todos, lo que supone un coste. Resumiendo, las acciones tienen siempre consecuencias amplias, no se reducen a nosotros de forma unipersonal y restringida.
En el caso del embarazo, el tema se complica enormemente. En principio, de forma empírica, demos por buena la afirmación de la ministra: «La mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo«. Vale, que se ampute un miembro, se tire por un terraplén o se esterilice. Pero, ¿de dónde han sacado la peregrina idea de que la unión de un óvulo femenino con un espermatozoide masculino, unión que se puede haber hecho incluso in vitro, que ese nuevo ser es «cuerpo de la mujer»? Ya los habitantes de las Cuevas de Altamira sabían que al embarazo seguía una nueva criatura que nacería tras crecer en el seno materno. Es decir, la mujer es portadora, pero lo que porta en su útero no es parte de su cuerpo, es un cuerpo diferente al suyo. ¿Es tan difícil de entender algo tan simple, que han entendido todas las culturas antiguas?
Carga genética diferente
Por si no era suficiente con la observación de la naturaleza, la ciencia ha venido a confirmar esa realidad sencilla. La mujer y el producto de la concepción que lleva en su interior tienen una carga genética diferente desde el primer segundo de su existencia, lo que los hace ser dos seres distintos desde el punto de vista científico, algo que no tiene discusión, es un hecho. Además, los dos seres pueden diferir en sus grupos sanguíneos, en su fenotipo, de forma que la mujer tenga útero, ovarios y vagina y el nuevo ser posea pene y testículos, la mujer no tendrá cromosoma Y. Para no alargar el tema, los corazones de ambos latirán a un ritmo diferente. Realmente, ¿puede alguien con una cabeza medianamente amueblada pensar que la nueva criatura es parte del cuerpo de la mujer? Cuando nos encontramos a una embarazada, ¿pensamos que lleva dentro a una parte de su cuerpo o una nueva criatura? Si hay un error sanitario y se daña a un embarazo, ¿lo tratamos como la pérdida de un nuevo ser irrepetible o como la pérdida de un grano, una verruga o un tumorcillo? Son expresiones que he oído para referirse a un aborto.
La naturaleza del producto de la concepción tiene su entidad propia e indiscutible, no puede quedar a la arbitrariedad de lo que la madre quiera
La realidad y los hechos son los que son y no los podemos cambiar al antojo de nuestros egoísmos y deseos inmediatos. La naturaleza del producto de la concepción tiene su entidad propia e indiscutible, no puede quedar a la arbitrariedad de lo que la madre quiera, nada si desea abortarlo o su hijo (un ser humano) si quiere conservarlo.
Una parte de esta sociedad, además de negar la realidad, con frecuencia es cobarde y mentirosa, de forma que se niega a llamar a las cosas por su nombre. No es capaz de afrontar su responsabilidad y denominar a sus decisiones por lo que son. Disfraza sus acciones con una palabrería buenista y falsa, a la que la progresía es tan aficionada. Si se mata a un no nacido, eso es un asesinato mientras no me demuestren lo contrario. Prefieren no usar palabras duras y sustituirlas por «derecho a decidir», «control de la natalidad y de la salud sexual y reproductiva», «interrupción voluntaria del embarazo», ¿es realmente una interrupción? En ese caso, ¿se reanudará después de un tiempo la vida de ese ser? No, es destrucción definitiva, ¿es voluntaria? ¿hemos tratado de ayudar a esa posible madre con problemas a superarlos o la hemos empujado y animado a abortar? ¿lo estamos haciendo bien, con unos 100.000 abortos anuales en España? Eso tiene un coste físico, sicológico, afectivo, moral y económico, sin contar el demográfico. Nuestra sociedad está desapareciendo, se está suicidando. ¿Cómo nos considerarán las generaciones futuras? ¿pensarán que somos una sociedad avanzada o decadente?
Que no nos traten como a subnormales
Concluyendo, le rogaría a la señora ministra y a sus seguidores que no nos traten como a subnormales e ignorantes totales y, si desean argumentar, que lo hagan con lógica, con hechos y razones, no con esa afirmación simplista y falsa de que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo. Que decidan sobre sus cuerpos, si quieren hacerlo, pero no sobre los de sus hijos.
Además, invito a los legisladores a pensar sobre la decisión de prohibir a los sanitarios el poder objetar, lo que es un atropello a derechos básicos y a su presunción de inocencia, ya que, de entrada, cualquier objetor de conciencia, sin más juicio que la ley, pasaría a ser delincuente. Lo que es una barbaridad en un Estado de derecho.
Lo mismo que un esperma no es un humano tampoco lo es durante un tiempo en el que está gestado. Esto está demostrado empíricamente.
Durante ese periodo de tiempo, la mujer puede decidir si seguir o no.
No mezclemos la política con la religión y con la moralidad.
Angeles, su ceguera y su egocentrismo le impiden hasta su comprensión lectora.