Harry el sucio cogió dos mulas y una mujer y se fue al infierno de cobardes con Joe Kidd, que tenía licencia para matar y una lista negra con nombres de personas en la cuerda floja. El francotirador del cine americano se llama Eastwood, Clint Eastwood. El sargento de hierro de una tropa cinéfila universal. El del sombrero caído, que decía mi padre
Por un puñado de dólares, Harry el fuerte, que era duro de pelar, se adentró en una ruta suicida, en la gran pelea de Bronco Billy. Llegó a Mystic River, se topó con el Predicador y escuchó un impacto súbito en la ventana. Sintió un escalofrío en la noche y se acordó de la gente que se fuga de Alcatraz.
El jurado número 13 dictaminó una ejecución inminente, mostrando un poder absoluto sobre los ciudadanos. Porque la justicia tiene sus grietas por las que penetra la corrupción.
Todos tenemos una deuda de sangre con Clint, que condujo su Gran Torino (mejor coche que el Cadillac rosa) hacia tierras de Hollywood para no ser ni el bueno ni el feo ni el malo, sino un creador con mayúsculas.
A medianoche en el Jardín del Bien y del Mal, Eastwood sabía que la muerte tenía un precio. La chica del millón de dólares le otorgó la paz que necesitaba para afrontar el desafío de las águilas con los violentos de Kelly.
Y ahí sigue la leyenda, con 95 palos recién cumplidos, demostrando que no se equivocaba cuando hacía footing por Tabernas mientras Lee Van Cleef se volvía al hotel en el coche de producción con un whisky en la mano.
Ya no recibe cartas desde Iwo Jima, pero siempre ha tenido presente las banderas de nuestros padres para ser honesto, trabajador, perseverante, a veces arrogante y un self-made man de libro. El aventurero de medianoche que siguió los pasos de Don Siegel y Sergio Leone para pasar de actor taquillero a creador total.
Cazador blanco, corazón negro y alma de saxofonista. Porque Bird no era sólo un jugador de baloncesto. Todo el mundo quiere ir a los puentes de Madison tras tu huella imborrable.
Siempre has estado en la línea de fuego de la gente de izquierdas, que no han sabido separar tu ideología de tu arte.
El fuera de la ley del cine, el último outsider del celuloide, se despide de la silla de director (¿o le quedará algo en el sótano?). Sin perdón para los que te encasillaban con la etiqueta de tipo duro. Los que te menospreciaron durante años cometieron dos errores. Cuatro Óscar te contemplan. Nos alegraste muchos días, viejo pistolero, con tus grandes películas, que siguen disparando las emociones del espectador más allá de la vida, como una primavera en otoño.
fantástico escrito!