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Felipe VI, ayer en Paiporta (Valencia). / EFE

Opinión, Política

Cañas y barro

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Este es el titulo de la conocida obra de Vicente Blasco Ibáñez publicada a principios del siglo pasado, en la que hace un fiel reflejo de una zona determinada de Valencia y nos relata la realidad social de esa zona y de las costumbres y vida de sus gentes

Pues bien, he querido utilizar el título de esa afamada novela para describir lo acontecido el día 3 de este mes de noviembre, precisamente en esa zona.

No recuerdo en nuestro país una devastación semejante. Como tampoco recuerdo ningún tipo de agresión e insultos a los Reyes, excepto en algunos reductos del territorio español y que todos conocemos.

No ahondaré en consideraciones acerca de la idoneidad de esa visita, pero la reacción de quienes han perdido a sus familiares, sus casas y su modo de vida era muy previsible.

Nada podría justificar esos insultos y agresiones, excepto la impotencia de ser parte del paisaje. Un paisaje tétrico y desolador con olor a cañas, barro, muerte y desolación.

No he visto en estos días a ningún político quitando barro. Las palabras no alimentan estómagos ni levantan tabiques.

Sí habría que poner en valor la estoicidad de los Reyes, que aguantaron el aluvión de improperios, empujones y lanzamiento de barro en sus caras y comparar su actitud con la de un presidente del Gobierno que, como una vulgar gallina, escapó del corral dejando a los demás a merced de lo que pudiese ocurrir.

Los sucesos de estos días darían para escribir hasta la extenuación. Vergonzante la actitud de un Gobierno inepto, ineficaz, mentiroso y falto de toda humanidad.

De tanto tirarse fango dialéctico en el Congreso, han recibido en sus rostros el fango real impregnado de muerte y desolación. El fango de la desgracia y de la impotencia.

Ahora sí saben de fango. Y es raro que no estén acostumbrados, ya que sus sesiones en el Congreso se parecen más a un lodazal que a otra cosa y es dónde estas llamadas señorías, al igual que algunos animales, se encuentran más a gusto. De esos animales a los que me refiero, dicen que se aprovecha todo. De estos políticos nada es sustantivo de apreciar.

Nuestro Congreso de los Diputados lleva mucho tiempo oliendo a ciénaga. Nos mienten, nos manejan. Nos entretienen con cortinas de humo o tinta de calamar para que no nos demos cuenta de que la máquina política nos va horadando poco a poco sin el menor pudor.

Si pudiéramos viajar en el tiempo, sería conveniente irnos al día de las últimas elecciones generales, sacar nuestra papeleta de las urna y meterle fuego. ¿Qué más nos podría pasar?

Alguien ha comentado que ha visto cómo los propios leones que presiden la fachada del Congreso vuelven la cara cuando estos políticos entran o salen. Notarán la podredumbre.

Valencia y España no merecen un Gobierno de tahúres y trileros.


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