Cuando mis amigos de EL LIBRE me pidieron unas líneas sobre lo que se ha dado en llamar últimamente cultura de la cancelación, yo sólo podía pensar en Son Goku y su creador, Akira Toriyama, que acababa de morir… Dado el detalle, en mi mente quedó claro que debía conectar una cosa con la otra. No fue tan difícil. Os explicaré el porqué
De pequeño, recuerdo que una templada tarde de marzo de 1989 llegué a mi casa, básicamente para engullir mi maravilloso bocadillo de Nocilla. No hubo sorpresa, mi madre ya me había preparado la merienda (aquí estoy usando ciertas licencias cronológicas), así que encendí la tele y, al pasar por Canal Sur, ante mis ojos de púber aparecieron un crío con un bōjutsu, largo palo de lucha, y una adolescente llamada Bulma que le mostraba la ropa interior en una actitud sugerente: nos había atrapado Bola de dragón a gran parte de la España infantil y juvenil y ya no nos soltaría.
¿Qué hubiera ocurrido si las televisiones de toda España no hubieran tenido colocados el consabido pin parental (piedra de clave de cierto partido de extrema derecha)?
Pero ¿qué hubiera ocurrido si las televisiones de toda España no hubieran tenido colocados el consabido pin parental (piedra de clave de cierto partido de extrema derecha)? Pues: adiós, Son Goku. Entramos, por tanto, en la expresión políticamente correcto y también volvemos a la que acabo de citar de cultura de la cancelación.
Mis respetos para el ‘sensei’ Toriyama y un recado de ánimos
Porque no quiero ahondar demasiado en el asunto, al que reconozco como un formidable enemigo, dejaré aquí mis respetos para el sensei Toriyama y un recado de ánimos para aquellos que -en cultura- no prohíben a la primera y sí apuestan por esa otra expresión fundamentalmente humana denominada… ¡diálogo!
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