Por fin acabó la Navidad y, con ello, llega la evidente realidad. Ojalá esta me haga enamorarme, sentir esa felicidad inexplicable al recibir ese regalo invisible que lo llena todo
Hace más frío de lo normal y eso que mis huesos viven en un frigorífico con vistas al polo opuesto de la electricidad estática. A un servidor le gusta sentir el temblor en sus tripas y en mis ojos, mis partes más blandas, en cuyas cortezas las ardillas sueñan con trepar a ese cerebro mío con forma de nuez y con muchos pensamientos belloteros. Soy un fruto seco sólo regado por un horizonte que nunca alcanza. Sé que, si lo tocara, podría almacenar el aire de todos los suspiros. Pero me conformo con tocar la realidad de un amor cada vez más cercano.
Hablo del amor desde la distancia, pues este no termina de llegar, aunque esté más cerca que nunca. En este 2024 estaría bien huir con él a un lugar que todos conozcan, pero que sean incapaces de llegar. Mientras tanto seguiré haciendo lo de siempre, esta nada que trato de llenar con cosas cansadas de estar vacías. Ya está todo demasiado lleno. Hay que quitarle sustancia a todo esto que hacemos que no nos lleva a ningún sitio. Todos mis movimientos sólo tienen un objetivo: lograr quedarse parados en un mismo lugar, desconocido al principio, pero agradable siempre y que el tiempo vaya olvidando el porqué de querer seguir allí.
Escucho una música en estos dedos míos que teclean estas frases que buscan que sus sinsentidos doten de un calor templado a las escarchas que se forman siempre en los buenos ojos lectores. Porque no hay nada mejor que ver que lo que no te deja mirar lo que pasa fuera de estas palabras. Escribir, leer o alguien que te mire con amor, todo no puede ser. Y, mientras tanto, sufrir esta vida de mierda que tampoco te pierde vista. El romanticismo como forma de vida gana mucho cuando sabes que el noventa y nueve por ciento de los humanos no merecen que les dediques ni el más mínimo de tus pensamientos y, mucho menos, de nuestras miradas.
Mi interior siempre luce ámbar
Mi corazón cada vez lo noto más enfermo. Pero como él va por libre, sé que sabrá cómo salir hacia adelante. Siento que él también está escribiendo, no sé si este texto o alguno muy parecido. Puede que decida llevarme la contraria y caminar en mi dirección opuesta. Lo de los semáforos es algo que choca con la circulación de mi vida. Mi interior siempre luce ámbar. El verde y el rojo son colores que buscan la obediencia absoluta, unas normativas claras de cómo actuar. Y sólo ante la duda nos movemos de manera instintiva, natural, armoniosa.
Enero es un mes como cualquier otro. Nada empieza en este mes como nos quieren hacer ver. Los años empiezan el día en que tu edad suma una unidad. Hay a quienes parece gustarles cumplir con todos los preceptos y cumplir los años en enero. Que todos los principios se den a la vez. Como les pasa a mis amigas Blanca y Beatriz. La doble B. Hijas perfectas de Brigitte Bardot. Modelos en los que fijarme y actrices que se adaptan al guión de mi vida, haciendo de esta película una tragicomedia a veces muy negra debido a un servidor y otras de destellos constantes, gracias a ellas.
Saber nadar entre peces terrestres
Pero lo que tiene que llegar es febrero. Que todo el mundo haya ya olvidado esos deseos hechos a principios de enero. Enero se convierte en una mentira más del pasado. Febrero siempre molesta menos, saber marcharse pronto de los sitios es muestra de buena educación y, si además no avisas, te conviertes en una persona intachable, perfecta. No creo que yo haya nacido en este mes sea una casualidad. Mi amigo Miguel nació en esta costa de la luz que somos siempre los que nacimos como segundones en esto de la vida y de su calendario. Aunque él, como todos mis amigos, han demostrado ser campeones muchas veces. También tengo una amiga que vive en el país de las maravillas, que nació en este mes. Una Acuario como yo que sabe nadar entre peces terrestres, como quien les escribe, y tiburones con ansias de cafeína.
Lo mejor de todo es que, cuando menos nos demos cuenta, habrá llegado la primavera y las flores nos enterrarán en su fragancia donde respirar será una dulce espera hasta que vuelva a llegar otro presunto fin de los días. Otra vez.
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