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El poeta sevillano Antonio Aparicio.

Cultura, Opinión

Recordando a Antonio Aparicio y a Carmen Ramos, dos poetas imprescindibles

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Antonio Aparicio Herrero nació en Sevilla en 1916 y, durante los años de la República, residió en Madrid, fue responsable comisario de Cultura y Sanidad en la Brigada Móvil de Choque mandada por El Campesino. Resultó herido en la batalla del Jarama

Con  la discordia, cuando recuerdas en estos tiempos de la quemada España por los cuatro costados, mientras los nostálgicos enredados en la mentira franquista representan una continua amenaza. Todo un hecho real, aunque enarbolen el disfraz de la democracia como cosa propia en exclusiva. Y la Iglesia sumida en su cauto silencio. Pues ya caerá la breva.

Y recuerdas sin ira pero con tristeza, como este poeta Antonio Aparicio vive en la escala baja del olvido, cuando tanto su altura lírica y social como su mesura alcanzan los peldaños de la verdad solidaria y la permanente brega. Que ya esa España, suya, de su amigo y hermano de solidaridad y cariño Miguel Hernández, no es nada de aquello por lo que luchasteis con otros y una nostalgia dolorida. Esperas, te dice con orgullo propio y de luto, que esta España, como igualmente la denunciaba Max Aub, ya no tiene copla ni pentágrama. Por la que se soñó durante el exilio.

«¿Yo te perdí y me perdí al perderte, / ¿o me perdiste tú, al olvidarme? / Nunca pude aprender». Es como tener un amor que no te ama. Pablo García Baena, el gran poeta de Cántico, en los encuentros que solíamos tener en el Centro Andaluz del Libro en Málaga, solía decirme que los homenajes se deben dar a uno en vida, pues después de la muerte no podía ofrecer ningún placer. Antonio Aparicio, ferviente enamorado de su Sevilla, a la que regresaba a pasar un tiempo con frecuencia, su merecido homenaje para aminorar el dolor de la distancia del exilio, fue de esos poetas que no pudo vivir en vida ese reconocimiento.

Bien, tras mucha insistencia, tiene en esta placita sevillana sencilla y limpia más no necesita un poeta de abalorios ni repiques en este barrio de Nervión que lleva su nombre. Su espacio es suyo y bien merecido por su entereza por la libertad de la que tan rotunda de Cervantes en su Quijote le comenta a Sancho el valor de la libertad como un don del cielo a la tierra. Lástima que lo que tanto amó a su Sevilla, oficialmente no sea reconocido, liberado del olvido manifiesta a Sancho. Ahí van dos poemas suyos:

IGUAL QUE EL MARINERO QUE EN PUERTO

Igual que el marinero que en puerto

Se separa del llanto y su pañuelo

Así voy poniendo entre mi duelo
Y tu brazo distancias de desierto.
Cuando me paro a contemplar que cierto
Es mi vivir lejano a tu revuelo
Pienso que ni el puñal es duro celo
Me podría quebrar y dejar muerto.
Tal es mi fuerza al esperar amado;
Ya ves que solo vivo en esperarte
Y, aunque mis soledades me acongojan,
El tiempo por mi frente irá pasando
Y ésta impasible no dará su parte
Hasta que tú o la muerte lo recojan.

VENDRÁ UN DÍA DE RAZÓN, VENDRÁ UNA HORA
Vendrá un día de razón, vendrá una hora
De aventura real, desconocida
Que por alguna esquina de la vida
Al fin descansará quien sufre ahora.
Quien a desierto ataco mudo llora
Con la esperanza con la mente asida
Antes de ver su sangre detenida
Dará en el alba de la ansiada aurora.
Si el solitario río no está negado
Hallar tras montes, sierras y espesuras
Su jubiloso abrazo al mar salado.

Menos no habrá de ser esta figura
Que trae, igual que un río, al pecho atado
Su desceñido llanto y amargura.

Los diez sonetos que componen Al aire de tu ausencia fueron publicados el 26 de febrero de 1940 estando Aparicio refugiado en la Embajada de Chile en Madrid, que dio asilo a cientos de españoles, entre ellos muchos niños. El poema amigo y hermano solidario de Miguel Hernández intentó convencer a su camarada y fraternal compañero, pero este, humano, demasiado humano, confiado en su humanidad, decidió marchar para su pueblo, En una segunda ocasión, de nuevo Aparicio intentó salvarlo, pero resultó imposible. La embajada chilena estaba a rebosar y vivía bajo el temor y terror de las fuerzas fascistas del dictador Franco, amenazado durante las noches con asaltar la embajada para fusilarlos.

Estos dos poemas que se publican en este artículo nos muestran la actitud ante la derrota. Abajo todo menos ser derrotados. Igualmente muestran la necesidad de que insistamos en elevar la altura poética y moral de Antonio Aparicio. Que, aunque reconocido por una minoría para tristeza de los que amamos la poesía y la ética, no es suficiente. De aquí mi agradecimiento a Marisol Romero por su aportación de datos y criterios. También que planten en el centro de la placita el árbol seco, para que el poeta enamorado no se sienta solo.

Carmen Ramos, la experiencia del sentimiento

La poética de Carmen Ramos siempre lleva consigo en sus versos el tiempo vivido, mostrando la experiencia del sentimiento tanto en lo propio como en lo cercano y ajeno, representando que lo hace partícipe de esa experiencia que representan sus versos, donde los sentimientos pueden ser tristes, pero siempre acompañados de una imagen de la palabra que muestra con su lírica que armoniza vestida de andadura de los ecos de sus poemas:

Somos una estirpe incapacitada

Para percibir la belleza de horizontes.

Magnetismo poético que se extiende solidario esparciendo el sentir que hace de total denuncia, dispuesta a transcurrir opresiva y constante, dentro de una permanencia por la que van transcurriendo los valores poéticos y éticos de íntima tragedia de la existencia de un desencanto sin posibilidades de superación:

Se me agarran los días

Desde el primer ámbar.

Aún estoy en la orilla

Y ya noto la tempestad.

Todo se va creciendo en la cárcel sin rejas de una ciudad de cemento, hermética, donde  ya se sabe apresada por el poder que todo lo domina sin pregunta alguna y de espalda a cualquier respuesta. La sociedad en que vive le inquieta, hasta el suicidio y los sueños más inverosímiles. Nada es indivisible, pero ella lo palpita con una lírica que alivia su permanente dolor, su vida y feminidad apresada por la despiadada crueldad de una sociedad compuesta, en la que el humanismo no se admite, en una sociedad no apresada por los poderes fácticos.


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