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Un fotograma de la película 'El Grinch', protagonizada por Jim Carrey (2000).

Opinión

Otra vez Navidad

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Por fin hace frío cuando debe. Madrid lleva una semana a bajo cero en sus primeras horas del día. Un madrugón donde congelar las legañas. Una costra helada que hace de toldo ante la todavía dudosa y tímida primera luz del día. Un carámbano que sale de nuestros ojos dispuesto a cornear lo que no le gusta de lo que no tiene otro remedio que ver

La Navidad ha vuelto y nadie sabe cómo ha sido. De la manera en la que se ha desarrollado el año, podíamos pensar que este podía ser en el que se olvidase de llegar. Pero la Navidad no respeta a nadie, y cuanto más sensible y alérgico seas a ella, más hará por que te des cuentas de que su momento ha llegado.

Reconozco que ser antinavideño es una cosa cada vez más común y que ya no es una rareza. Lo que sigue sorprendiendo es decirlo en voz alta. Se piensa que es una cosa de amargados y es justo todo lo contrario. A los que no nos gustan estas fechas nos encanta ser felices, pero no de manera impostada o porque toque serlo. La Navidad es una luz artificial y la alegría algo natural que sale del corazón, de las entrañas, de los ojos que ven lo que se les muestra.

Algo tan forzado como estas celebraciones sólo nos lleva a la cada vez más desquiciante realidad del ser humano. Algo se electrocuta dentro de nosotros y hace del contacto algo más falso de lo ya habitual. Nunca he entendido lo que se busca con nuestra manera de actuar durante estos días. Quedar con amigos o familiares y emborracharse o comerse una vaca entera se puede hacer cualquier día del año. Nacemos arruinados moralmente, así que gastarse un dineral innecesario en estas fechas solo hace refrendar lo anterior.

Elegir las soledades

Un servidor por suerte cada vez va eligiendo mejor sus soledades y cada vez entra menos gente en este exclusivo grupo. La exclusividad en mi caso no tiene que ver con el lujo ni lo ostentoso, ni lo que es diferente o único. Lo exclusivo en mi caso es lo que no necesita de más y por tanto no necesita de fuegos artificiales ni de sirenas que anuncien ningún tipo de fiesta. No me han gustado nunca ningún tipo de ellas. Las de los coches de bomberos las tengo muy cercanas, pues vivo cerca de un parque desde donde ellos salen a solucionar distintas urgencias. El ruido y la furia que me producen no sabría cómo explicarlo por escrito William Faulkner. Las de la policía me ponen más triste, pues suelen elegir mal a los delincuentes que persiguen y que detienen. Las personas más peligrosas son siempre las más difíciles de atrapar y no precisamente porque hayan elegido un buen escondite. Están en todos los sitios y son ellas quienes nos vigilan a nosotros. Mis favoritas son las de las ambulancias, cuando la salud está en juego y la velocidad y esa música logran ganar esa carrera. La vida viaja deprisa y pende de un hilo o de un semáforo que saltarse. Es la única emoción salvable. Y luego están las sirenas más reales, las que no se les ven las piernas y colean como el pez más ansioso, aquellas que boquean con la esperanza de un amor respirable.

La Navidad hay que pasarla como una enfermedad más. Algo pasajero que duele cuanto más importancia le des. Hay que saber medicarse contra ella. Yo le escribo para que sepa que sé de su llegada, pero que, sobre todo, conozco cuando termina. Hay que tener presente lo que no te gusta para no caer en ello. Los únicos vicios buenos son los que solo hacen daño a tu salud física. Y en mi mente mandaré yo hasta que me quede loco o me dé por comprar un árbol de Navidad, que es lo mismo. Les deseo lo mejor en estos días, que también pasarán. El ser humano es indestructible. Resistiremos, como las cucarachas ante una bomba atómica.


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Un comentario

  1. Hay un trozo de letra de Ariel Roth que dice «La elegancia siempre viaja en ambulancia (…), pues eso (Yo, éstas señaladísimas fechas, siempre me consuela pensar que cada 24 horas, queda un día menos para que termine la navidad)

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