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Chaves y Griñán

Manuel Chaves y José Antonio Griñán, ex presidentes de la Junta de Andalucía

Historia, Opinión, Política

La conspiración del harén

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En la época en la que los Pueblos del Mar aparecieron en el próximo oriente, a su paso, se convirtieron de destructores de civilizaciones enteras, cambiando el mundo y barbarizando su entorno. Era la época en que los héroes de Troya se enfrentaron a los más afamados guerreros griegos como Aquiles. Homero les cantó a todos como si fueran dioses, pero nadie cantó la caída de la gran Hatussas, la capital del mundo que rivalizó con la hermosa Tebas de Rameses II.

Con ellos comenzó la edad más oscura de la edad del Bronce, más oscura aún que la edad media que trajo la caída del imperio romano en Europa. La civilización se detuvo, el comercio se paralizó, las rutas se destruyeron y el hambre volvió. El imperio hitita, que venía de ser la potencia dominante que hacía frente al todopoderoso imperio egipcio y que se enfrentó en la batalla de Qadesh a Rameses II, cuyas hazañas están esculpidas en karnak y en el templo de Abu Simbel, colapsó. La capital hitita ardió hasta los cimientos y desapareció, sepultando en la historia a los nombres y los hechos de los más grandes de sus reyes, al paso de estos pueblos del mar. Eran como la langosta devorándolo todo a su paso.

Merenptah, el anciano hijo sucesor de Rameses II, logró parar a los libios que avanzaron contra Egipto junto a una conjunción de los pueblos del mar (luka, akiwasha, tursha, sharden, shekelesh) en la batalla de Pi-Ire (1.209 A.C.) librando a su país de la plaga que se le venía encima. Pero las olas de devastación no pararon nunca. Estos venían con sus familias, con todas sus pertenencias en busca de tierra que saciar su hambre, algunos incluso los llamaron los pueblos del carro. Los problemas que generaron en su avance fueron tan grandes que incluso se llegó a cambiar la dinastía reinante en Egipto. Todas las fronteras eran inseguras, mientras que los grandes imperios de la antigüedad iban cayendo uno tras otro. La muerte y el hambre se extendían por todo el mundo conocido.

En eso llegó al trono Rameses III, el último de los grandes faraones. Primero paró la invasión de los Pueblos del Mar en la Batalla de Menfis (1.182 A.C.). Pero la prueba de fuego le llegó en la batalla conocida como la de las “bocas del Nilo” (1176 A.C.), cuyos majestuosos relieves de más de tres mil años adornan aun el templo de Medinet Habu, y que estuvo capitaneada por una coalición de pueblos (peleset, wesesh, teresh, lukka, sherden y shekelesh) aliados de los Libu (Libios) Los primeros, los peleset, tras su derrota en esta batalla, se asentaron en lo que se conoce, derivado de su nombre, como Palestina. En la biblia se les conoce como Filisteos.

Tras otras escaramuzas a las que se tuvo que enfrentar Rameses III Egipto alejó finalmente el peligro de su destrucción, pero el mundo que antes habían conocido había desaparecido por completo. Así pudo prestar atención a su gobierno y delegar en sus hijos y en su entorno. Por ello, sabemos que el 14 de noviembre de 1152 A.C. un grupo de artesanos que trabajaba en el Valle de los Reyes se plantó para reclamar la comida, la ropa, o los utensilios que no llegaban. Por primera vez en la historia de la humanidad se documenta una huelga de trabajadores. Finalmente, lograron todos y cada uno de sus objetivos.

Pero aquí, y ahora, contamos que uno de los príncipes que no estaban en el camino al trono, Pentaur, fue quien levantó en secreto a los artesanos para socavar la autoridad de su padre, dirigidos por el escriba Paturere y dos contramaestres. Nunca antes se habían atrevido a levantarse contra el hijo de Horus. Pero eran tiempos de pesadumbre, de hambre y de crisis. Las crecidas no llegaban y los graneros reales estaban desabastecidos. Por ello escribieron al faraón, «Tenemos hambre, han pasado 18 días de este mes… Hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni pescado, ni legumbres. Nuestro buen señor y al visir nuestro jefe, que nos den nuestro sustento».

Esto lo aprovechó Pentaur para crear conflictos. Porque él era quien negoció con los artesanos a los ojos de su padre, de la corte y de su pueblo. Aprovechó su poder para inventarse un método de pagos absolutamente corrupto al margen de los abonos establecidos por el tesoro real. Gracias a ello logró corromper por completo el sistema que se había establecido de pagos para los artesanos desde el gobierno del primer hijo de horus, Narmer, aquel que unificó el Bajo y el Alto Egipto. Así Pentaur llegó al trato de jubilar a los artesanos cuando llegaban a los 30 años de vida, cobrando una pensión del estado, ropa y comida hasta su muerte. Los pagos se hacían fuera del circuito real, fuera de donde estaba el borde de lo legal. Nadie debía saber ni conocer el trato, pues quien roba al faraón le roba a un dios viviente, y este era el peor de los pecados posibles y se pagaba, además, con la vida.

Pentaur compró voluntades con dinero, empezando por los artesanos y terminando por el ejército. Ideó con su madre Tiye, una esposa de segundo rango, un plan para apoderarse del poder. Ya que si su padre, el faraón Rameses III, se enterara de que derivaba dinero real para pagar prejubilaciones de trabajadores para generar a cambio paz social en su tierra, su vida estaría en peligro. Además, los príncipes designados como herederos eran hijos de una reina extranjera de Canaán. Por ello, Tiye planeó la conspiración del harén junto a esposas menores para colocar a su hijo Pentaur en el trono.

Empezó comprando voluntades. Desde oficiales hasta mayordomos de palacio. Quería un levantamiento armado para acabar con el hijo de Horus y colocar a su propio hijo en el trono, mientras Rameses III estaba absorto preparando un festival en su propio honor. Tiye logró corromper así al que era el jefe del ejército, Pai-Is, al jefe de la cámara real Pai-Bek-Kamen, y a otros altos cargos de palacio. Asesinaron al faraón con un mortal corte en el cuello. Pero fueron descubiertos y juzgados por orden del faraón asesinado desde el más allá.

El tribunal se formó con bajo el mando de Montuemtaui, supervisor del tesoro, varios portaestandartes cercanos a la corona, y cinco mayordomos reales. Se les acusó de “levantar al pueblo, incitar a la enemistad para provocar la rebelión contra su señor”. También se les acusó de “vaciar el tesoro por medio de acuerdos ilícitos con los artesanos y de pagos de prejubilaciones ilegales”. El castigo al hijo Pentaur, a Pai-Is, y a Pai-Bek-Kamen fue el suicidio. El nombre de Pentaur fue borrado de todos los archivos reales, proscrito para siempre, como si jamás hubiera existido.

No fue momificado, sino que simplemente lo dejaron secar en natrón y luego le echaron algo de resina por su boca que dejaron abierta, tampoco fue envuelto en los vendajes de lino fino tan habituales en una momia de la realeza, sino que estaba envuelto en piel de oveja, considerado por los antiguos egipcios como impura. Además, sus manos y sus pies estaban atados con correas de cuero. Su extraña momia se encontró en 1.881 en el llamado «escondrijo de Deir el-Bahari», con esa rara expresión de su rostro, contraído en un terrible rictus de dolor y con la boca totalmente abierta, congelada en un eterno grito silencioso de agonía. Se le conoce como “la momia que grita”.

La momia que grita
La momia que grita

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3 comentarios

  1. José Ramón Talero Islán

    D. Antonio, mi más sincera felicitación… precioso relato histórico y, como siempre, el hombre actúa de igual forma: poder y gloria. Enhorabuena y saludos cordiales.

  2. Lucía Ramos

    Se abren las fauces del Estado
    en oscuras penurias.
    La explotación que no cesa
    a puertas cerradas.
    Violan todas la leyes ganadas con libertad.
    Se prostituye la consciencia.
    La ramera muerte,
    vestida de blanco
    sube al altar.
    Mientras el poder se esconde,
    la iglesia hace el indio,
    …nos roban el pan.

  3. Lucía Ramos

    Con tanto Patrimonio y Matrimonio…
    había que montar/se harenes, … entre
    otras cosas. ¿verdad?
    Desde que el» hombre es hombre»…
    siempre fue y ha sido así.

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