«El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido pero no derrotado», Ernest Hemingway dixit
Cuando la vida te ha pegado duro y con palo y recuerdas cómo te viste obligado a dejar la escuela a los 10 años. Aquella escuela con el bello nombre de Ramón y Cajal, para ir aprendiendo el oficio de carpintero. Un oficio donde se puede cantar mientras se trabaja al mismo tiempo, como afirmaba el protagonista de La muerte de un viajante, destacado viajante de comercio. Toda una obra maestra de Arthur Miller con protagonista ya viejo que, al ser despedido, se lamentaba. Y desde esa edad te enseñaron y enviciaron en descubrir la lectura para siempre, tanto que, cargado de años, se convierte en el último refugio, máxime, cuando vienen sonando últimos adioses que se ciernen sobre nuestro sino.
Ese quedarse Solo ante el peligro, ser viejo y que nadie quiere decirte viejo y te llena de tristeza verte solo ante el peligro. Él solo frente a la cobardía de un pueblo por el que lo dio todo cuando se te va sin remedio, aunque te queda Casablanca (modo recordatorio conservador).
Un vaquero espigado detiene, en el camino, La Diligencia. Esa obra maestra del cine (1939) del género western dirigida por John Ford y protagonizada por John Wayne; el vaquero arrastra una silla de montar, pues el caballo ha muerto y la sombra de la cárcel golpea en sus espaldas. Camina con la promesa de matar a los asesinos de su padre y hermano.
Te pones a leer de nuevo El viejo y el mar, de tu admirado Ernest Hemingway, y ese viejo pescador al que ya no le queda otra aventura que poder pescar un pez grande. Y sólo tiene a su lado un muchacho, amigo de verdad, que le llama viejo y no anciano o persona mayor, pero con fuerza de decirte a ti mismo en voz alta: los viejos roqueros nunca mueren y duermen con un ojo abierto por si ve que se acerca el último adiós y le das en la cabeza con lo que tengas a mano y poder seguir viejo y solo en el peligro sin que nadie te llame viejo con cariño, salvo aquella flor azul celeste con el precio fijo del dulce cariño.
El viejo y el mar (The Old Man and the Sea) es una novela corta escrita por Ernest Hemingway en 1951 en Cabo Blanco y publicada en 1952. Fue su último trabajo de ficción importante publicado en vida y posiblemente su obra más famosa.
Aunque la novela ha sido objeto de numerosas críticas, es considerada como uno de los trabajos de ficción más destacados del siglo XX, reafirmando el valor literario de la obra de Hemingway. La novela ha sido llevada al cine en numerosas ocasiones, siendo la adaptación de 1958 protagonizada por Spencer Tracy una de las más populares y conocidas. Aunque también destaca la película dirigida por Jud Taylor en 1990.
Al año siguiente de su publicación, en 1953, Hemingway recibió el Premio Pulitzer y el Nobel de Literatura. Repaso breve de algunos ejemplos de literatura y cine, desde este refugio que te has construido para protegerte de la tiranía del sistema, de la amenaza que vuela sobre nuestras cabezas. Me refiero a 1984, obra crítica perdurable, maestría colosal muestra del poder del Gran Hermano disfrazado de demócrata va moviendo sus peones, maestros en propagar la vulgaridad del sistema como futuro confortante.
Somos viejos, aunque nos bauticen con palabras suaves como mayor de edad o anciano respetable. Pero solo somos como el viejo y el mar. La lectura es nuestro salvavidas, la droga benigna que nos permite pensar por nosotros mismos, capaces pese a ser viejos, apresar un pez grande con el arma letal de la crítica contra este poder despiadado. Una droga vigilada por el Gran Hermano que, en la oportunidad calculada, nos declarará ilegales, meros camellos, pequeños distribuidores del mal de la cultura.
Y la lectura una vez más de El viejo y el mar me lleva a pensar que estamos solos con nuestra barca y sus aparejos, dispuestos al último desafío, aunque no tengas un muchacho o una muchacha que te escuche, te comprenda y te dé calor. En el fondo de la lucha y la trama de un Ernest Hemingway disfrazado de viejo pescador solitario en medio de la mar, rodeado de tiburones. Viviendo el desencanto con los últimos adioses sobre sus espaldas.
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