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marejada

Una foto de marejada en el mar.

Opinión

El provocador de marejadas

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Tengo la sensación de que nadie lee estas cosas que escribo. Y no pasa nada. Todo lo contrario, me produce una paz de una belleza excitante. La verdad es lo que uno lleva dentro y que expulsa cuando nadie le ve. Pero uno nunca puede estar seguro de nada. Ni siquiera de esto. Siempre puede haber algún despistado o despistada que siga sin darse cuenta de que yo pienso que no existen

Los lectores, respecto con este que escribe, son su invención menos conseguida. Quizás vaya siendo hora de dejar esta soledad por un tiempo. Y qué mejor tiempo que este verano cercano y molesto para llevarlo a cabo. Fantasear con un descanso temporal con la vista puesta en un septiembre siempre uniformado de manera colegial, rutinario y en cuyas expectativas el horizonte se muestre más alejado de lo normal. Que llegue ese otoño de ramas sanguinarias y nos claven su desnudez en nuestras chaquetas de entretiempo. Sentir ese apuñalamiento como excusa perfecta para seguir sin escribir. Obligar a esos pocos despistados y despistadas a que ahora sí se tengan que ir con la lectura infiel a otra parte.

Uno se obliga a querer marcharse de los lugares donde no obtiene respuesta. Pero no lo hago por el silencio, sino porque el ruido propio se hace insoportable. Los demás son la cura a esta demasiada consciencia de mí mismo. Si hubiera alguien ahí, detrás de este folio, no podría decir todo lo que pienso. O lo podría hacer de una manera maquillada, para que el moratón resaltase sobre esa base pringosa. Mi soledad es excesivamente ruidosa. Y solo puedo escribir cuando la siento de una manera material. Su textura es de una sonoridad granítica. Y estar solo es una de las cosas que más me gustan, cuando no estoy felizmente acompañado. En esa contradicción, mi escritura avanza hacia su borrado definitivo.

Hay que saber abandonarse por escrito. Hacerlo hasta desaparecer. Yo se lo recomiendo a los políticos con puestos de poder. El problema es que ellos sí tienen quienes les lean, les escuchen e incluso les voten. Pero ni Pedro Sánchez ni Isabel Díaz Ayuso ni el resto de estos bípedos que cojean cuando pisan por la dignidad que desconocen, tienen intención de marcharse. Su catadura moral se ve reforzada en la zombificación real de una parte de la población. Ojalá que los que me han leído hasta hoy no hubieran nacido muertos. Que no lo hubieran hecho con el pecado original de mi escritura.

Comunicación vacía

Dejarlo ahora en verano. Cuando el sopor de esta estación maldita te hace olvidar hasta lo esencial de lo que somos. Ser un pez terrestre. Un pájaro que se arrastra sobre sus alas de arena. Nadie sabía que escribías estas cosas y pronto no lo sabré ni yo. Solo practico una religión y es la de la comunicación vacía. Ni siquiera escribía para mí. De la misma manera que los políticos antes citados, y el resto de ellos, no hacen política para los demás ni para ellos mismos, lo más importante de lo que haces es que no deshaces ni estropeas lo que realmente te importa.

Uno escribe porque es la manera que he encontrado para que mi pasividad en el resto de actos de mi vida no tenga consecuencias directas en las de los demás ni tampoco en la mía. Mientras se escribe, uno solo se puede suicidar con una errata que te extirpe los ojos. Y cuando dejas de hacerlo, la vida que no se escribe es la que rodea de roedores todo lo que ves. Cuando además no te lee nadie, como es mi caso, mi bondad pone en evidencia que no tiene límites. Esa es la explicación por la que los políticos eligieron dedicarse a serlo. Para ellos es mejor destrozar las vidas de los demás que las propias. Incapaces de saber lo que más les conviene respecto a ellos mismos, prefieren postergar esa decisión mientras saben cómo reducir al mínimo la dignidad de la vida de los demás. Un político sabe que la buena vida es la que lleva quien no tiene necesidad de cumplir las decisiones que él toma.

Me sigo escribiendo. Soy Isabel Díaz Ayuso, pero sin un M. A. R. que me arrastre. Soy el provocador de mis marejadas. Surfeo sobre mis propias olas, sin la necesidad de convertirlas en un saludo. Estar solo cuando escribes sabiendo que nadie te lee es ahogarse en un vaso de agua. Una angustia necesaria, ridícula y liberadora. Algo placentero y que, por tanto, hay que saber cuándo dejar. El placer conocido pierde intensidad y solo vuelve a su esplendor cuando lo dejas ir y no recuerdas si fue un sueño o algo que nunca ocurrió.

Algún día, espero que más pronto que tarde, dejaré esto que estoy haciendo en este momento. Y solo volveré cuando sepa que es la primera vez que lo he hecho en mi vida. Sobrevivir a este verano crepuscular. Y que la luz vuelva vacía, como mis lectores. Flotar sobre este limbo calenturiento que trae el estío y no poder quitarme el traje de astronauta. La despresurización continúa, sudorosa y volátil. Las palabras nadan sobre el papel mojado. La orilla está tan lejos y tan cerca a la vez…


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3 comentarios

  1. Seré fiel a tu escritura, aquí tienes el pueblo para esas vacaciones 😉

  2. Siempre leo sus escritos,no comento mucho ,pero son interesantes .Un saludo

  3. Lucía Ramos

    A la mar
    A la mar
    Susurra una ola …
    Una tras otra.
    Una vez más su relato de Alta mar,
    me lleva a evocar uno de mis mejores veranos, leyendo : Una vida Antero De Quental y Una Historia Dama De Porto Pim, ambas de Antonio Tabuchi.
    Agradecerle también el poder compartir la paz que se alcanza al saberse nadie.
    Mientras seamos materia viva, tenemos que atenderla y alimentarla todos los días.
    Sin más, le deseo un buen verano para usted también.

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