Hace pocos días se estrenó la película documental Anatomía de un dandy, sobre la vida y obra del escritor Francisco Umbral. Habría que decir la vida y obra literaria del autor, pues se mezclaban hasta confundirse en un caos perfectamente organizado. El personaje en su caso fue siempre el escritor y no los que aparecían entre sus páginas. Había que estar continuamente haciendo biografía. Vivir en escritor para que la escritura no tuviera fin para ejercerla sobre él
Umbral ha sido y es el mejor columnista y prosista que ha tenido y tiene nuestro país (y no lo digo yo, que no soy nadie, lo dicen personas que de esto de escribir saben un poco, como son Delibes, Cela o Raúl del Pozo), España, con la que terminó casándose. Una mujer que te hace feliz, vale más que cualquier patria. Hay nombres de mujer que abanderan el amor en un rojo pasional y un amarillo siempre demasiado terrenal. Y Umbral siempre prefirió apostarlo todo al rojo. Unas veces viendo cómo jugaba en los casinos su gran amigo Raúl del Pozo, que apostó por la ludopatía, y donde también perdió.
Raúl ha ganado muchas otras veces, su prosa vence cada mañana en los periódicos desde tiempos inmemoriales. Todo el ruido de la calle está entre sus dedos canallas. Escucha la frase en sus oídos panorámicos, y al escribirla se hace unidimensional, se fija en los ojos y en las cabezas de quienes le leen. Otras políticamente, con ese ejercicio suyo de socialista sentimental. Y en esta vida es que no se puede ser otra cosa que sentimental, lo de socialista o conservador es un sustantivo que, como todos, solo sirve como mala compañía para el adjetivo. Pero hay que ejercer una sentimentalidad áspera, como lo hacía Paco, protegida por una coraza de flores metalúrgicas.
Umbral era un robot de carne y hueso, sus movimientos físicos eran igual de poco gráciles, y su semblante denotaba las mismas emociones. Umbral lo llevaba todo por dentro. Su esqueleto bailaba un continuo chotis. No se movía de la baldosa resbaladiza que le había puesto bajo sus pies la vida. Madrid se movía en esa dirección y él se puso al volante de la ciudad. Organizó su tráfico con metáforas que se saltaban, cómo no, los semáforos en rojo. Otra vez, el rojo, como color que todo lo colorea de manera que hiere.
Pero el rojo perdió su cromatismo estético, cuando no tenía sentido en sí mismo, y la vida se apagaba a los colores. Cuando se muere lo que quieres, los colores se demudan, pierden fuerza y se van aclarando, palidecen en la paleta de un pintor gris, donde la vista se le nubla en un blanco aterrador. Solo el negro puede vestir ese momento de algún tipo de sobriedad. El rojo se hizo rosa, Pincho, su hijo, acarició sus espinas. Las heridas no embellecieron su muerte. Las cicatrices las llevó siempre la parte robótica de Umbral.
Pero cuando Pincho aún vivía, y era un niño que no sabía que se iba a convertir en un color herido de muerte, el verdadero rojo llegó para hacerse universal y eterno. Y es la parte, para mí, más bella del documental, pues sale el verdadero Paco, el hombre y el escritor fundidos en vísceras, imaginaciones, células, amores, fragilidades, latidos, caricias, cuentos, miradas, fantasías.
Umbral, a veces se grababa en cintas hablando con su hijo. En una de ellas le cuenta la historia de la nube de tomate. Se trata de un universo donde hay una nube de tomate, y por tanto de color rojo, y dentro de ella se encuentra un mundo propio, donde hay estrellas y cohetes, y la vida flota feliz y tranquila. Esa voz de Umbral que siempre retumbaba, se torna en una delicada sinfonía que origina el segundo nacimiento de Paco. Como escritor no tengo duda que él sabe que nace ese día. Su hijo le escucha ojiplático, ve nítidamente la música de sus palabras. Es el origen de una nueva especie, el escritor sin nada más que perder. Sin hijo y huérfano de una estrella de cine, cuyo garbo dejaba a cada paso un suelo sin ninguna grieta. Greta es nombre de isla griega redundante, tanta “g”, como gilipollas se encontró Umbral en su camino literario y periodístico. Las envidias nunca fueron griegas, pero muchos quisieron practicarle esa práctica sexual sin su consentimiento.
La paternidad de la prosa
Pero hay que volver a la actualidad, Umbral decía que era lo único que le interesaba, pues era el lugar donde siempre iba a estar. Paco hoy tiene muchos hijos ilegítimos que, seducidos por esa paternidad de la prosa más lírica, se engancharon a esa droga de colocar y colocarse, con esa mentira tan bella que son las palabras cuando se unen formando frases que dibujaría un pintor con la imaginación suficiente, como para colocar los pinceles en el lienzo y los dibujos en sus manos sorprendidas.
Hoy tenemos columnistas que siguen la senda creada por Umbral. Que le tienen presente en sus oraciones gramaticales y en las otras también. No le imitan, pues es imposible y sería una falta de respeto intentarlo, pero que manteniendo el estilo, que es a lo que Paco daba más importancia, pues el fondo no le importa a nadie, ya que es solo una opinión más de alguien, y por lo tanto incorrecta. Lo que nos diferencia es cómo contemos las cosas.
Así tenemos a Emilio Arnao, Diego Medrano, Jesús Nieto, José Peláez, Manuel López Sampalo, Guillermo Garabito, Manuel Jabois y alguno más que están haciendo arte de la columna periodística. Como embellecen la realidad, hasta la sobredosis de literatura. Lo de menos es el sesgo ideológico de cada uno de ellos. Que la verdad no estropee la estética. Esa mujer que pasa por la plaza es bellísima. No me cuentes que es una hija de puta. Me da igual que lo sea mientras quiera mirarme. No quiero hablar con ella. Quiero que la belleza me mire. Ser el observado por ella. Que cambien los roles. Que el tiempo luzca en la muñeca que se refleja en mis ojos. Ese es el verdadero lujo. Y que Aitana Sánchez Gijón también quiera algún día recitar algo escrito por mí. Algún día será y lo de mi tocayo gallego también.
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