La máquina de aplastar, el rodillo de lo políticamente correcto, la daga de los blandos…. Tiene muchos nombres, pero, al fin y al cabo, se trata de destruir un legado que, en su momento, nos fue muy útil y, en algunos casos, es historia cultural, tatuaje a fuego de tiempos añorados
La última bienqueda que ha arremetido contra una manifestación cultural de otra época ha sido Ana Morgade, que se atrevió a criticar en Pasapalabra un emblema de la música de los años 80 como Devuélveme a mi chica, porque se dice la palabra marica y por el concepto de devolver a una mujer «como si fuera un bolso». Ejem, ejem…
Puestos a tirar de ese hilo de hombreras, pelo cardado y estampas de Naranjito, vamos también a destripar el nombre de Polanski y el ardor, aquel grupo que se atrevió a utilizar a un director de cine acusado de violación en Estados Unidos que no pudo ir a recoger su Óscar por El pianista porque sigue en la lista negra del FBI. Aquellos osados cantaban una canción que, 39 años después, sigue de rabiosa vigencia: Ataque preventivo de la URSS. Eso quisiera Putin, que volviera la Unión Soviética, la hoz y el martillo, Iván Drago, la KGB y toda la pesca. Si la sacaran hoy, lloverían andanadas de hostias en redes sociales.
Ya puesta, Morgade, ¿por qué no censuras también a una artista que vive una tercera juventud mediática de la mano de su pizpireta marido Mario Vaquerizo? Alaska llegó a decir que su novio era un muerto viviente y, lo que es más grave, le cantó al asesinato con alevosía: «La calle desierta, noche ideal. Un coche sin luces no pudo esquivar. Un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente… No me arrepiento, volvería a hacerlo, son los celos». Eran los felices 80 y todo cabía en el cajón de sastre de la movida y del aperturismo.
En España, pasamos, en un abrir y cerrar de ojos, de tener que viajar a algún cine fronterizo para ver cómo Marlon Brando le untaba mantequilla en el culo a María Schneider a escuchar a Almodóvar y McNamara cantar aquello de Suck it to me. Pero el depravado Pedro no estaba solo ni mucho menos.
Había otros salidos (según la óptica de los mojigatos y los ofendiditos de hoy en día) que hacían odas al sexo, como el gran Alberto Comesaña y su grupo Semen Up (en Francia, muchos años antes, habían publicado los jadeos de Jane Birkin ante la mirada seductora y la voz sensual de Serge Gainsbourg en Je t’aime… moi non plus). Aquí nos conformábamos con Lo estás haciendo muy bien, una letra que describe una felación y que hoy sería crucificada por conservadores e izquierdosos («pero, cariño, no pares, tú sigue y no hables…«). ¿Quemamos todas esas actuaciones y vídeos musicales por si hay algún colectivo que se ofende?
Pero es que, si cogemos ahora las tijeras del censor, que estaban oxidadas y olvidadas en el fondo de un cajón que hiede a humedad, a tiempos dictatoriales, ¿dónde estaría el listón? ¿Acaso permitiríamos que se publicase la canción No me beses en los labios? «¿No ves que me haces daño?», se quejaba la cantante de Aerolíneas Federales. ¡Saldrían en tromba las feminazis diciendo que es maltrato machista!
Los nombres de los grupos de los 80
Grupos que tendrían que cambiarse de nombre… Mmmm… A ver… Ahí van unos cuantos que, con los papeles de fumar que se la cogen las generaciones blanditas de hoy en día, provocarían un vade retro, satanás de libro: Tarzán y su puta madre buscan piso en Alcobendas (rechazada por colectivos animalistas, asociaciones promadres e inmobiliarias, por la publicidad negativa); Un pingüino en mi ascensor (los mismos colectivos animalistas de antes clamarían al cielo, porque ese nombre supone abandono de animal en un hábitat hostil); de Kaka de luxe (las asociaciones antiescatológicas y los adalides del óptimo regusto pondrían una querella por dar a entender que las heces son buenas) a Kagando duro hay una cierta evolución de concepto; Los Marianico Escroto, Aliento a metadona, Coito nasal, Lendakaris muertos, Bomba lapa, Dead Pakirri y los Pantoja, La askerosa de tu madre, Masturbación epiléptika y Chorretón de lefa en la almeja de tu vieja irían hoy directamente a la cárcel; Extremoduro tendría que metamorfosearse en Centrotemplado (y So payaso, al cajón)… El extrarradio estaba muy presente en las propuestas musicales, pero al final todas las tribus urbanas estaban representadas. Se aceptaba la diferencia, no como ahora.
Estamos llegando a un nivel de piel fina que clásicos como No tocarte, de Radio Futura, podrían ser censurados por la violencia de algunas estrofas («súbete a un árbol y rompe tus medias, llora en un rincón«; «no tocarte o quizás podría devorarte») o por poner de relieve que las mujeres son venenosas o que están hechas «de plástico fino».
Y llegamos a la droga dura, nunca mejor dicho. El glam español se llamaba Tino Casal, que no tenía ningún pudor en versionar Eloíse y decir a los cuatro vientos: «En tiempo de relax, empolva su nariz…«. Sabina, por su parte, tituló Princesa una canción que habla de una preciosa drogadicta. «¿Cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia?». ¿Censuramos también al maestro de Úbeda?
Y por culpa de los ofendiditos y las asociaciones-motosierra contra cualquier manifestación cultural que induzca a no sé qué, hay dos canciones que ya nunca más escucharemos en vivo: La mataré, de Loquillo, uno de sus mejores temas musicalmente hablando; y Sí, sí, de Los Ronaldos (ahora es Coque Malla el que está haciendo su carrera en solitario). Entonces, ¿incendiamos en una pira todas aquellas películas en las que se muestre una violación o se mate a una mujer? ¿Destruimos cuadros como Saturno devorando a su hijo, de Goya, porque es un mal ejemplo en la era de la violencia intrafamiliar? ¿Y qué hacemos con libros como Las penas del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe, que incitó supuestamente al suicidio a varios jóvenes en el siglo XVIII?
Todo esto es para mear y no echar gota. Los incultos y los posturitas de internet no llegan a comprender algo tan simple como que la cultura suele describir un momento de la sociedad. El arte se manifiesta a través de la creatividad (individual o colectiva), pero siempre está enraizado con el tiempo en el que se desarrolla, aunque tenga influencias de otros países o de otros tiempos.
Si usted, leyendo esto, ha esbozado una sonrisa, lo entiendo perfectamente. Sería para desternillarse si no estuviéramos hablando de algo tan preocupante como la pérdida de libertades. Está llegando ya a todos los ámbitos de la sociedad, como el chapapote que invade la orilla y asesina a gaviotas y peces: los periodistas se autocensuran; las personas se niegan a hablar de política en su entorno más cercano por miedo a ofender; no hay debates reales en televisión; los youtubers, supuestos neodefensores de la verdad, edulcoran sus discursos por pánico a perder clics; se les hace el vacío a los que incitan a pensar diferente, a trasladar las cosas buenas del pensamiento de finales de siglo XX a este asqueroso principio del XXI, repleto de egoísmo, buenismo, falsedad y necedad.
Queda una verdad como un templo, arena en los bolsillos que nos ancla a una cierta esperanza futura: el pop y el rock se dieron la mano en los años 80 en un estallido de libertad que ningún idiota, en el año 2022, puede ningunear, aunque ensucie las redes sociales con sapos y culebras. Y, gracias al mismo internet que censura las mejores canciones de nuestras vidas, serán tarareadas eternamente. Sufrid, mamones.
No sólo una sonrisa ..
unas cuantas carcajadas también
me ha sacado esta brillante crítica
Deleita y sostiene una verdadera
Memoria democrática
Adelante!!…suframos y mamemos
más de esta dulce dicha.
Muy bueno, sí Sr.
Buen artículo, yo creo que viendo el panorama, todavía no se ha alcanzado la gilipollez al máximo nivel….👍👍
Aquí no se trata de censurar o de dejar de escuchar las típicas canciones que trajeron la libertad de los años 80, se trata de simplemente ser conscientes de lo que estamos escuchando, y si el mensaje de la mataré y la libertad para seguir ejerciendo la violencia contra las mujeres se postula como una moda y sigue creando seguidores….pues allá esos ofendiditos que luego se dedican a crear páginas y grupos en donde está permitido sacar todo su esplendor masculino y sacar a flote una subcultura de misoginia online (véase «la manosfera»), pero claro eso sí está permitido.
Me gusta, en este tipo de artículos, leer los comentarios y ver reacciones. En este caso, justo como me esperaba, ha habido aplauso y crítica.
Lo preocupante es cuando la crítica es un sarta de argumentos pretendidamente axiomáticos y que de tan repetitivos quieren convencer a los demás de su verdad como absoluta.
Al final, vemos este tipo de cultura, la de transición, de forma condescendiente, con morriña, o desde la nueva moral-ina como algo que hay que destruir, perdiendo de vista su sentido, el del humor…