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Raymond Burr haciendo de Perry Mason en la serie de los años 50 y 60.

Cultura, Opinión

Dos obras imprescindibles de la saga de Perry Mason: ‘El caso del anzuelo con cebo’ y ‘El caso del gatito imprudente’

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Todo el submundo infernal del mercado de criaturas entra en el laberinto de ‘El caso del anzuelo con cebo’, una novela de Erle Stanley Gardner llena de incógnitas

Llueve con justicia en la madrugada cuando suena el teléfono, muy privado, de Perry Mason. Suena rompiendo la música de la lluvia y el bueno del perspicaz abogado duerme a pierna suelta. Y aquí por estas tierras del Sur, observamos con temor que la señora Ayuso cada vez es más popular y cada vez tiene más seguidores. Y así, resucitar como música de fondo el Cara al sol de las montañas nevadas, versión siglo XXI con los caminos poblados de laureles. Situación que me lleva a refugiarme en la lectura de las buenas novelas policiacas como esta.

Y aquí me encuentro metido en faena literaria con un título de Perry Mason, El caso del anzuelo con cebo -traducción de Albert Fuentes Sánchez-. A este le resulta extraño que, a esa hora de la noche, le llame su fiel secretaria. Es una voz de hombre. Le ruega como un rezo que tiene que hablar urgente con él esta misma noche. Todo es extraño misterioso, pero nuestro personaje acepta la petición. Además, flota como promesa que cobrará con elegancia. Entretanto, el interlocutor no suelta prenda de lo que encierra tanto secretismo e intriga de lo que tiene que exponerle. Y que no es otro que sobre ese mundo del criminal robo y venta de niños recién llegados a la vida sin contar con el permiso de la explotada y humilde madre.

Todo ese submundo infernal del mercado de criaturas entra en el laberinto de esta novela negra llena de incógnitas, que, por cierto, me recuerda la novela de sevillano Juan Clemente Sánchez, La niña que nació sin cuerpo, que ocupa su espacio en las bibliotecas de medio mundo y esa menesterosa telaraña con apetitos de ganancias de unos y otros despiadados.

Los goznes de la cadena

Cuando llega la mañana, una señora elegante y atractiva, según la describe Della, la secretaria de Perry Mason. Le comunica a su jefe que dicha señora desea verle para comentar un caso de una hermosa nieta que vive atrapada por el juego de la ruleta en un barco convertido en casino donde ha firmado tres pagarés. La abuela quiere recuperarlos y, en la pelea por conseguirlos, van apareciendo los goznes de esta cadena, entre los que también se encuentra el marido de la nieta, empeñado en ganar el pulso de tanto embrollo, conseguir los pagarés y el divorcio con su mujer. Lo curioso es que la nieta también desea separarse.

Un hombre sin nombre, el que llamó de madrugada, y una mujer enmascarada abordan a Perry Mason para contratar sus servicios. Lo tientan con diez mil dólares. Poco después de ser contratado, aparece el cuerpo sin vida de un hombre. Deberá entonces descubrir la identidad de sus clientes e investigar el asesinato para poder probar su inocencia.

En un chalé donde han llegado Mason y Drake, jefe de una agencia de detectives, se encuentran con el cadáver de un hombre llamado Tiegs, que se convertirá en el eje central de toda la trama. A medida que avanzamos en la lectura, la novela se nutre de personajes empeñados en descubrir quién lo ha asesinado para poder todos presentarse como inocentes. Aquí los diálogos de unos y otros pasan por las manos de Perry Mason, que también resulta ser sospechoso para el sargento díscolo de la policía, que arde en deseos de llevarlo ante el fiscal. Un empeño que consigue cuando la altura de la narración adquiere una grandeza admirable de ese narrador invisible que habla y escucha.

Una historia de tal contenido que el lector caminará sin descanso a ver en qué termina toda esta situación. Pero la persona que ha cometido el asesinato no emerge hasta que la historia llega a su fin, lógicamente en las últimas páginas. Todo un magistral Perry Mason y su incondicional secretaria Della, a través de la escritura de Erle Stanley Gardner, que se merecen un gran aplauso.

Mientras, tras la lectura corre las páginas de esta interesante melodrama, aquí quedamos esperando que llegue el día de las elecciones andaluzas. Recemos.

‘El caso del gatito imprudente’

Respetado lector, la trama de la novela adquiere ese nivel propio que sabe darle Erle Stanley Gardner, padre y padrastro de Perry Mason.

El verano nos avisa que viene de camino para obligarnos a pasar unos meses de calor, con permiso del gremio de hoteleros. Empezamos a soportar unas temperaturas de padre y muy señor mío. De nuevo me refugio en la rica y siempre intrigante capacidad creativa de la literatura de novela negra de Erle Stanley Gardner, creador de nuestro célebre personaje Perry Mason. Así me protejo de la eufórica masa ibérica (que no La rebelión de las masas de Ortega y Gasset) y puedo disfrutar de la envolvente aventura. De espalda al maremágnum del interrogante de adónde vamos a llegar en la España maltrecha donde la verdad es palabra insolvente.

Esta vez el contenido donde me parapeto tiene un título muy curioso: El caso del gatito imprudente, -traducción de Albert Fuentes Sánchez- donde la protagonista que interpreta la joven de muy buen ver, de nombre Helen Kendal, es sobrina de tía Matilda, mujer imperiosa que tiene a aquella bajo una vigilancia constante. Existe un problema algo oscuro sobre una herencia de diez mil dólares, de aquellos años cuarenta, que le ha dejado a su sobrina tras la muerte de un tío desaparecido, herencia no ajena a ciertas dificultades por parte de la tía Matilde.

Mas de pronto Helen recibe una llamada por teléfono de ese desaparecido tío que resulta que no ha muerto. Lleva un año viviendo en un hotel de poca calidad y mala reputación que todo lo permite mirando hacia otro lado. Esa llamada le pide que se ponga en contacto con el abogado Perry Mason. Lo hace llena de precauciones y temores, pues se lo oculta a la tía Matilde. Esta va siendo más sospechosa con respecto a la herencia que debe recibir Helen. Acuerdan tenga luces en hotel de poco favorable fama y siempre bajo la vigilancia de la policía.

La reunión de Helen con Mason no puede tener lugar, pues una vez llega este acompañado de su secretaria Della Street solo se encuentran con la seca información de un conserje que les entrega una carta de disculpa por no encontrarse en el hotel con su tío desaparecido y dado por muerto. En dicha carta les ruega ir a otro lugar de encuentro. Pero este nuevo y peculiar punto de la entrevista se halla en el montañoso paisaje de Hollywood. Allí sólo encuentran un cadáver dentro de un coche. Aquí aparece nuestro Perry Mason, que muestra un especial interés, junto con su secretaria y el misterioso gatito, que hace el carretón cuando se la acaricia el lomo, con lo que le hará meterse de lleno en tan complejo caso.

La secretaria de Mason, en peligro

Todo un laberinto de personajes que se va incrementando en el número de protagonistas y la especulación de quién puede ser y debe cargar con el muerto y otro que está por llegar. Y aquí, a estas calendas de la historia, inevitablemente aparece el juez que llevara el caso junto a un teniente de la policía y un fiscal de dos pares de narices. Más un jurado compuesto por diez hombres y dos mujeres, que ya sería el deseo de Unidas Podemos.

Respetado lector, la trama de la novela adquiere ese nivel propio que sabe darle Erle Stanley Gardner, padre y padrastro de Perry Mason al que le saca del atolladero de su secretaria, que puede ser condenada por considerarla el fiscal culpable. Fina y compleja situación que difícilmente logra salir de las tinieblas donde se encuentra. Para ello, llegó la gracia de esas dos mujeres que están en el jurado, que son amantes de los gatos. Y Perry, que descubre tan dicha maternidad, recuerda al gatito cariñoso que va dejando huellas de harina con sus patitas para aclarar el caso. ¡Genial!


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Un comentario

  1. Lucía Ramos

    Genial!!!…, me encanta la «ACtualidad», tan intemporal como siempre, son grandes
    Obras. Cada vez que el mundo se enfrenta a una crisis, sus palabras y su espíritu vuelven a señalarnos el camino.

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