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Una imagen que ilustra el conflicto entre israelíes y palestinos.

Opinión, Política

Cuando España fue Palestina

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Las imágenes del bombardeo y derrumbe del edificio de la prensa internacional en Gaza evidencian con crudeza que lo que está ocurriendo estos días en Palestina es una rotunda barbaridad. Como lo es la desgracia de esa madre palestina que llora desgarrada la muerte de su hijo sepultado por los escombros o la de esa familia israelí que despide a un familiar fallecido en un atentado rastrero

No va más, señores, la mesa tiene que cerrar. No es aceptable que siglos de ilustración nos conduzcan a la misma encrucijada tribal que nos enfrenta a muerte desde la noche de los tiempos. Ayer en Serbia, hoy en Gaza y mañana en cualquier otro lugar. Toda la tecnología, todo el conocimiento, Zaratustra, Jesucristo, Mahoma, Buda, Leonardo da Vinci o el mismísimo Jon Kabat-Zinn… Nada ni nadie está siendo capaz de resolver el más letal de los coronavirus: la soberbia del hombre con poder acompañado de seguidores que le animan y se disputan sus migajas. Es una enfermedad que lo impregna todo, desde el pueblo más perdido entre sierras hasta las capitales más importantes. Está presente en todos los ámbitos humanos, como un fractal polidimensional del que no conseguimos zafarnos porque, quizás, forma parte de nuestra naturaleza.

Mientras los medios de todo el mundo se hacen eco a su manera de cada nuevo ataque de uno u otro bando, surgen irremediablemente quienes se posicionan apoyando a uno de los lados. Acto seguido aparecen los que replican apoyando al otro. Judíos contra palestinos. Los medios internacionales y las personas que les dan forma acaban por abordar esta problemática incitando a entenderla como si de un partido de fútbol se tratase, como si fuese parte del atrezo de las campañas electorales domésticas. Lo único cierto en estos momentos es que están muriendo personas inocentes a uno y otro lado de la línea, en un conflicto que resulta y se mantiene gracias a esa dicotomía narrativa buscada desde los poderes políticos y los medios de comunicación. Nada mas sucio, bajo y deleznable.

No hay israelitas contra palestinos, hay una serie de dirigentes israelitas que deciden expropiar a familias palestinas de las casas donde viven y las tierras que han cultivado sus ancestros desde donde la memoria les llega. Y hay una serie de terroristas que aprovechan la indignación de esos que son injustamente expropiados para hacer lo único que saben: sembrar el terror, asesinar, en este caso judíos. A esto, aquel puñado de dirigentes israelitas no dudan en responder de una forma tan inhumana como estamos viendo, dejando morir inocentes y contribuyendo a la espiral de odio que impregna cada vez más a unos y otros.

Gran parte de los palestinos estima muy injusta la expropiación y el trato despectivo por parte de Israel, pero en ningún caso responderían con atentados a esa injusticia. Y gran parte de los israelitas ven como inaceptables los atentados terroristas sufridos, aunque en ningún caso responderían a ellos bombardeando a la población civil palestina. Ambos tienen razón, ambos tienen motivos de sobra para estar indignados. Pero quemar más pólvora solo contribuirá a que esta indignación aumente.

Netanyahu y la sombra de la corrupción

Lamentablemente, el líder de Israel, Benjamín Netanyahu, no parece estar interesado en calmar los ánimos: la justicia de su propio país le aguarda y cuanto más se hable de Palestina, más desapercibidas pasarán sus acusaciones de corrupción. Podría buscar alternativas a las expropiaciones que tanto malestar generan entre los palestinos, y podría trabajar para estrechar lazos con ellos y combatir, de manera conjunta, el terrorismo de Hamás. Lamentablemente, en el punto en que estamos esto parece ciencia ficción y por cualquier motivo parece haber un especial interés en que continúe pareciéndolo. Un especial interés en descartar cualquier posibilidad de entendimiento por ambas partes. El resultado no puede ser bueno.

Una de las imágenes de los enfrentamientos.

Quienes vemos esto desde lejos posiblemente no podamos hacer mucho más. Tal vez lo único a nuestro alcance es no aceptar el juego de tomar partido por unos u otros como si de buenos y malos se tratase, porque algo me dice que esto también será utilizado por nuestra clase política para contribuir a la polarización social en nuestras latitudes. Es evidente que el terrorismo es una lacra, venga de donde venga, y que los judíos tienen todo el derecho del mundo a poder vivir en paz y sin la omnipresente amenaza de atentados.

La extrapolación a España

Pero no olvidemos que, cuando hace tiempo en España se sufrieron las expropiaciones indiscriminadas e injustas por parte de los ejércitos de Napoleón, nuestra reacción no fue muy diferente a la del pueblo palestino. Por eso creo que es importante poner nuestro granito de arena y evitar odiar a judíos o palestinos por el mero hecho de serlo. Al contrario, cabe ser comprensivos con ambos, porque ambos están siendo víctimas de esta situación, sin dejar de condenar enérgicamente a los responsables por los atentados, los bombardeos y las muertes de inocentes. Una selecta minoría de megalómanos que merecen, esos sí, desprecio.


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